Cosificación de la persona: de sujetos a objetos

¿Qué precio tiene olvidar que el otro es alguien y no algo?

Vivimos en una época en la que lo humano se mide por su utilidad, por su productividad, por su capacidad de generar resultados visibles y cuantificables. Desde la lógica empresarial hasta la dinámica de las redes sociales, todo parece invitar o exigir que nos comportemos más como engranajes que como personas. Y, sin embargo, ¿qué ocurre cuando el ser humano deja de ser un “quién” para convertirse en un “qué”?

La cosificación no es un fenómeno nuevo. Pero su normalización progresiva en todos los ámbitos de la vida, trabajo, educación, relaciones, política, incluso salud, amenaza con erosionar algo esencial: nuestra humanidad compartida.

El hilo roto entre producción y dignidad

En el artículo anterior nos preguntamos: ¿Somos humanos que producen o personas que viven? Esa misma pregunta resuena hoy con más fuerza que nunca. Porque cuando la productividad se convierte en el único criterio válido para evaluar a una persona, lo que se pierde no es solo equilibrio o bienestar, sino la comprensión más profunda del valor inherente del otro.

Como bien decía Viktor Frankl, no es el trabajo lo que dignifica a la persona, sino la persona quien dignifica el trabajo. Y si no somos capaces de ver esto, empezamos a actuar como si el valor de alguien dependiera de su rendimiento, de su eficacia, de su “aportación objetiva”. Nada más contrario a la verdad del ser humano.

De “tú” a “eso”: el tránsito invisible hacia la deshumanización

Martin Buber, en su obra Yo y Tú, lo expresa con una claridad irrefutable: el ser humano solo se realiza en el encuentro auténtico con el otro. Un encuentro en el que el otro no es un medio, ni una función, ni un KPI. Es un “tú”, un alguien con valor en sí mismo. Cuando ese encuentro se sustituye por la lógica del “Yo-Eso”, entonces no hay relación, hay transacción. No hay vínculo, hay utilidad.

Y cuando se pierde el “tú”, cuando nadie nos ve ni nos escucha como personas, también empieza a desaparecer el “yo”. Sin el tú, sin el nosotros, el yo se desintegra. Porque nuestra identidad se construye en la relación.

Las mil formas de cosificar: del trabajo al like

La cosificación no se manifiesta solo en los sistemas laborales rígidos, donde las personas son llamadas “recursos humanos” o evaluadas por “indicadores de desempeño”. Está presente también en las redes sociales, cuando se reduce la identidad a un perfil, un algoritmo o un número de seguidores. Aparece en la educación, cuando los estudiantes son tratados como contenedores de conocimiento, y no como mentes vivas en proceso de construcción. Está en la política, cuando los ciudadanos se convierten en votos, encuestas o bloques de opinión manipulables.

Incluso en relaciones personales se infiltra esta lógica: cuando tratamos al otro en función de lo que nos da, de lo que representa, de lo que podemos obtener de él.

Frankl y las diez tesis de la persona: una defensa radical de la dignidad

La cosificación entra en contradicción directa con las “diez tesis de la persona” formuladas por Viktor Frankl, que reivindican la profundidad y unicidad del ser humano más allá de su funcionalidad.

Destacamos aquí cuatro de ellas:

  • Tesis 2 – Individualidad e insummabilidad: Cada persona es única e irrepetible. Asimilarse a los demás como masa o función es abandonar el núcleo de uno mismo.
  • Tesis 4 – Espiritualidad y dignidad: La dignidad no se deriva de la utilidad, sino que es inherente a la persona. Nadie debería ser evaluado sólo por su rendimiento.
  • Tesis 5 – Existencialidad: La persona no está determinada por las circunstancias. Siempre tiene la libertad de decidir cómo responder. La cosificación niega esta libertad.
  • Tesis 6 – Estructura yoica: La persona no responde automáticamente a impulsos. Tiene una dimensión profunda consciente e inconsciente desde donde emerge lo verdaderamente humano.

Frankl defendía que cuando el sentido se subordina a la eficiencia, la vida pierde valor. No basta con lograr objetivos. Si el “por qué” está vacío, el “para qué” se convierte en trampa.

Cosificación y burnout: consecuencias del vaciamiento del sentido

La cosificación no es solo un fenómeno filosófico. Tiene efectos concretos. Uno de los más visibles en nuestro tiempo es el síndrome de burnout, o agotamiento por sobrecarga instrumental. Cuando la persona se convierte en medio, su valor queda determinado por su capacidad de funcionar. Y en ese proceso, su interioridad, su subjetividad, su humanidad quedan aplastadas.

Como afirman Hedderich, Längle y Lukas, cuando una persona centra toda su energía en una tarea sin conexión con el sentido, termina vacía. Puede alcanzar el objetivo, pero no experimenta la realización. Puede estar ocupada, pero no viva.

Marx y la alienación: el sujeto reducido a cosa

Karl Marx describió en El Capital el proceso por el cual, en las sociedades mercantiles, las relaciones entre personas se convierten en relaciones entre cosas. El trabajador ya no es alguien, sino una función del capital. La producción despoja a la persona de su agencia, su creatividad, su autonomía.

Este análisis sigue vigente hoy en múltiples espacios: el trabajo precarizado, el control algorítmico, la vigilancia laboral, la burocracia deshumanizante. La cosificación no es solo psicológica: es estructural y sistémica.

¿Qué hacer? Reconocer al otro como acto radical de humanidad

Frente a esta deriva deshumanizadora, cabe una respuesta clara: reconocer. Ver al otro. Nombrarlo. Escucharlo. No por lo que hace, sino por lo que es. No por su utilidad, sino por su dignidad.

Esto no es sentimentalismo. Es un acto profundamente ético. Tal vez el más urgente hoy.

Reconocer al otro como “alguien” es subversivo en un sistema que lo trata como “algo”. Es una forma de resistencia humana. Y de esperanza.

En el artículo anterior, nos preguntamos a qué precio estamos vendiendo nuestras horas bajo una lógica de productividad que desatiende nuestra dignidad. Hoy, damos un paso más: cuando se pierde la noción de persona, se pierde el sentido de comunidad y de vida compartida.

En la siguiente entrega, abordaremos un fenómeno cotidiano pero profundo: El poder de la queja. No desde el juicio, sino desde su valor como indicador de necesidad, como expresión de humanidad. Porque a veces quejarse es lo más honesto que podemos hacer.

¿Qué precio tiene olvidar que el otro es alguien y no algo?

Recuperar la dignidad del otro comienza por no ceder al automatismo que lo reduce a una función, un dato o un rol. Es un acto de resistencia silenciosa. Y también de humanidad radical.

Será un honor acompañarte en ese redescubrimiento, dentro del espacio semanal “Vivir tu mejor vida”, o en cualquiera de mis otros coloquios participativos, reflexivos y autoevaluativos, en vivo y en directo, de lunes a viernes.


Para más información, no dudes en ponerte en contacto conmigo.

Semper Fidelis,

Ber

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