Fomo o Jomo. Esa es la cuestión del viaje al bienestar
Vivo en una familia uniparental. Durante la pandemia, podría aseverar que viví también con mi celular ya que no lo despegaba de mí en todo el día. A modo de chiste decía que mi velocidad de respuesta para mensajes de whatsapp era en nanosegundos.
Quería darlo todo, compartirlo todo, informarme de todo,el temor a quedar excluida, fuera del mundo social era constante. Beber a borbotones la vida real y virtual tanto como se pudiera.
Aún consciente que es un tanto molesto y obstaculizador de la rutina diaria me costó abandonar este hábito. Sé que limitar es liberar, más aún tengo vaivenes.
Es una era hiperconectada donde la posibilidad de saber lo que ocurre en todo momento en cualquier parte del mundo nos expone a un fenómeno psicológico cada vez más común y que se cree aporta mucho valor: el FOMO, o Fear of Missing Out (miedo a quedarse afuera). Nos sentimos inquietos si no estamos al tanto, si no participamos, si no opinamos. Y sin darnos cuenta, entregamos nuestra paz interior a una ansiedad constante por no perdernos nada.

El miedo nos ata a FOM0, es una ansiedad profundamente arraigada en la comparación social y en la percepción que los demás están viviendo experiencias más ricas, emocionantes o significativas. Psicológicamente está vinculado a la necesidad de validación externa y al temor de quedar excluidos. En las redes sociales, donde se exhiben versiones idealizadas de la vida, este miedo se intensifica. Ver publicaciones de amigos en eventos, viajes o momentos aparentemente perfectos puede desencadenar sentimientos de insuficiencia o vacío.
Sin embargo, está emergiendo una respuesta contracultural, sutil y profundamente liberadora: el JOMO, o Joy of Missing Out (alegría de quedarse afuera). No como una evasión, sino como una afirmación de libertad, presencia y sentido.
Desde la psicología, el FOMO se relaciona con trastornos de ansiedad, baja autoestima y necesidad de validación externa. Las redes sociales refuerzan esta sensación al mostrar siempre lo mejor de la vida ajena, despertando comparaciones que rara vez resultan saludables. Quien sufre FOMO experimenta una desconexión de sí mismo, vive hacia afuera, en función del “qué dirán” o del “qué está pasando que yo me estoy perdiendo”.
El cerebro, al recibir múltiples estímulos sociales, entra en un estado de hipervigilancia: el sistema de recompensa se activa con cada “notificación”, generando adicción emocional. Es una mente que nunca descansa.
Refleja una desconexión con el presente y con el ser interior. Al centrarnos en lo que «nos estamos perdiendo», perdemos de vista la riqueza del momento actual. Esta inquietud nos aleja de la gratitud y de la conexión con nuestra esencia, atrapandonos en un ciclo de insatisfacción. En términos espirituales, el FOMO puede interpretarse como una forma de resistencia al flujo natural de la vida, una lucha contra la aceptación de que no podemos estar en todas partes ni vivirlo todo.
Por otro lado, el JOMO representa una liberación consciente de esa presión. Es la alegría de elegir desconectarse, de priorizar lo que realmente importa y de encontrar plenitud en el aquí y ahora. Psicológicamente está asociado con la autorregulación emocional, la autocompasión y la capacidad de establecer límites saludables. Es un acto de valentía: decidir que nuestra paz interior es más valiosa que la validación externa.

Espiritualmente, el JOMO es una práctica de presencia y gratitud. Al abrazarlo, nos permitimos conectar con nuestro propósito, con la naturaleza, con las relaciones significativas o incluso con el silencio. Es un recordatorio de que la felicidad no está en acumular experiencias, sino en saborear profundamente las que elegimos vivir. En tradiciones espirituales como el budismo o el taoísmo, este enfoque resuena con la idea de soltar los apegos y fluir con lo que es, en lugar de perseguir lo que podría ser.
En el plano espiritual, el FOMO nace de una sensación de vacío, de desconexión con el propio ser. La experiencia de no ser suficiente o de no estar completo nos lanza a una carrera externa por llenar lo que solo puede completarse dentro. La práctica espiritual (sea a través de la meditación, la contemplación, la oración o el silencio) nos invita al aquí y ahora, donde nada falta.
Desde una mirada filosófica, el JOMO representa una elección consciente de lo que tiene verdadero valor. Recuerda al pensamiento estoico: no puedo controlar lo externo, pero sí cómo respondo a ello. Implica preguntarse: “¿Qué tipo de vida quiero vivir?”
“¿Estoy eligiendo lo que realmente deseo, o estoy reaccionando a aquello que se espera de mí?”
No significa aislamiento ni rechazo del mundo, sino sabiduría para decir no, para quedarse en lo profundo cuando la superficie reclama urgencia. Es un regreso a lo esencial, una práctica de libertad interior que invita a habitar el presente sin sentir que falta algo.
El JOMO, desde esta perspectiva, no es resignación sino gozo: la alegría profunda de habitar el momento presente con gratitud. Es un estado de comunión con la vida tal como es, sin la presión de estar en todos lados ni saberlo todo. Es confiar en que lo que es para mí, llega a mí sin esfuerzo forzado.
Pasar del FOMO al JOMO no es automático. Requiere un acto de conciencia, una pausa y la revisión del proyecto de vida anhelado. En esa pausa se revela algo poderoso: el derecho a vivir según nuestro propio ritmo. En un mundo que nos empuja a más, más y más, JOMO es un acto revolucionario de serenidad.
En última instancia, no se trata de perdernos nada, sino de encontrarnos a nosotros mismos.
La tensión entre ambos refleja una lucha interna entre el deseo de pertenencia y la búsqueda de autenticidad. Para encontrar un equilibrio, es crucial desarrollar una mayor consciencia de nuestras emociones y motivaciones.
Aquí hay algunas prácticas para cultivar el JOMO y mitigar el FOMO:
–Practicar la atención plena (mindfulness): La meditación y la atención plena nos ayudan a anclarnos en el presente, reduciendo la ansiedad por lo que «podríamos estar perdiendo».
–Establecer límites digitales: Reducir el tiempo en redes sociales o silenciar notificaciones nos permite recuperar el control sobre nuestra atención. Esto crea espacio para disfrutar de actividades simples como leer, caminar o conversar sin distracciones.
–Cultivar la gratitud: Llevar un diario de gratitud nos ayuda a enfocarnos en lo que ya tenemos, en lugar de añorar aquello que no.
–Reconectar con el propósito personal: Reflexionar sobre nuestras prioridades y valores nos ayuda a tomar decisiones más alineadas con nuestra esencia.
–Abrazar la impermanencia: Desde una perspectiva espiritual, aceptar que no podemos experimentarlo todo.
El FOMO y el JOMO no son solo tendencias culturales; son espejos de nuestra relación con nosotros mismos y con el mundo. Mientras que uno nos empuja a buscar fuera de nosotros la validación y el sentido, el otro nos invita a mirar hacia dentro, a encontrar alegría en la simplicidad y en la presencia.
En un mundo que nos bombardea con estímulos, elegir el JOMO es un acto revolucionario de autocuidado y espiritualidad.
Al final, el equilibrio no consiste en rechazar por completo el deseo de conexión o aventura, sino en aprender a discernir qué experiencias nutren nuestra alma y cuáles nos distraen de ella. Al cultivar el JOMO, no solo encontramos paz, sino que también descubrimos que la verdadera plenitud está en vivir plenamente dónde estamos.
Estamos de festejo editorial! 50 ediciones de trabajo sostenido, artículos interesantes, buena energía y conocimientos diversos. Hace un tiempo me uní a este proyecto y sólo siento felicidad y agradecimiento .Gracias Martha De Armas por capitanear este barco con dulzura, fortaleza, tesón y claridad. “Si se quiere y se trabaja fuerte con proa al propósito …¡Se puede! Levanto mi copa desde el otro lado del océano, que el cariño y la celebración no conocen de distancias. Gratitud a vos lector por acompañarnos cada mes. Brindo contigo con alegría chispeante.