La Rosa, Gonzalo G. Undurraga vuelve a explorar la violencia cotidiana con una mirada íntima e innovadora
Con una filmografía que destaca por la sensibilidad y la proximidad emocional, Gonzalo se ha consolidado como una voz singular dentro del cortometraje catalán. Después de Angelito, Redención o Los Pájaros del Sur, ahora presenta La Rosa, un cortometraje que combina realismo social con una sutil capa de ciencia ficción. Ahora, junto a Ingrid Sempere nos lleva a una obra intensa, contenida y profundamente humana.
Una violencia que no se ve, pero se respira
La Rosa habla de la violencia de género desde un enfoque poco habitual: el silencio, el gesto, el espacio vacío. “Queríamos mostrar la violencia psicológica más sutil, esa que muchas veces no se ve, pero que pesa tanto como la física”, explica el director. “Desde el primer plano, todo está pensado para generar una sensación de opresión.”
Una de las decisiones más potentes del film es que el personaje masculino va desapareciendo progresivamente, literalmente. “Es una metáfora. Desaparece como lo hace su presencia emocional, dejando solo el vacío y el miedo.” Esta desaparición, que comienza con un simple “ocupado, ocupado”, se convierte en una idea visual constante. “Hay una fotografía donde él aparece abrazando el vacío. Nadie lo dice, pero el espectador lo siente.”
Espejos y silencio: la puesta en escena como herramienta narrativa

Uno de los elementos más celebrados del corto es el uso de los espejos. Lejos del recurso clásico del “espejo roto”, Gonzalo y la codirectora Ingrid Sempere optan por múltiples espejos fragmentados. “Queríamos representar la fractura emocional del personaje femenino. Y Meritxell Calvo (Delta, Smiley) lo transmite con una intensidad brutal, solo con la mirada.”
La entrada y salida del personaje dentro del mismo espacio —sentada frente a los espejos— marca dos fases emocionales distintas. “Es el mismo gesto, pero con un peso completamente nuevo. Es una especie de espejo narrativo: vuelves al lugar, pero ya no eres la misma persona.”
Interpretación contenida, emoción desbordada
“El trabajo actoral es uno de los pilares de la pieza”, afirma Gonzalo. Meritxell Calvo encarna a una mujer atrapada, pero con una fuerza interna que va aflorando poco a poco. “Queríamos trabajar los silencios, las respiraciones, las miradas… Nada de exageraciones ni de frialdad. Queríamos verdad.”
El contrapunto masculino, interpretado por Leo —no actor profesional— aporta una energía primitiva. “Es un hombre que no ve al otro. Representa ese perfil que todos conocemos: el del control disfrazado de normalidad. Cuando ella dice que quiere volver a trabajar, él estalla. Basta una frase para que la tensión explote.”
Del micro presupuesto al simbolismo visual
La Rosa no solo destaca por su temática, sino también por su ejecución visual. A pesar del presupuesto limitado, el acabado técnico es notable. Gonzalo es un cineasta autodidacta, acostumbrado a trabajar con pocos recursos y muchas ideas. “Con Angelito ya demostramos que se pueden hacer grandes cosas con poco. Ahora queríamos añadir una capa más: la del simbolismo.”

La elección de elementos como la rosa, los espejos o los espacios cerrados no es casual. “Todo tiene un significado: la rosa tras una discusión no es un regalo de reconciliación, sino una herramienta de manipulación. El espejo, un reflejo de la ruptura interior.”
“Soy un equilibrista de la vida”
Al hablar de su trayectoria, Gonzalo se define con una frase que le nace del alma: “Soy un equilibrista de la vida”. Y no es solo una metáfora. Luchador nato, empezó su carrera recaudando financiación puerta a puerta en los comercios de su pueblo, Sant Pere de Ribes. “Nada de plataformas. Era hablar directamente con la gente. Y me ayudaron mucho.”
Ese espíritu independiente lo mantiene aún hoy. “Todos los que hacemos cine independiente estamos haciendo equilibrios. Un día tienes recursos, al siguiente no. Pero cuando tienes libertad creativa, eres más feliz.”

Volver al origen: Redención
A pesar de la exigencia técnica de La Rosa, Gonzalo confiesa que sus obras más queridas son aquellas hechas con absoluta libertad. Como Redención, un corto mudo donde el silencio y la mirada lo dicen todo. O Cavallers, un proyecto que surgió de forma espontánea. “Decidimos hacerlo sin dinero, como cuando tenía 21 años. Con una cámara pequeña y muchas ganas. Esa es la magia del cine: hacerlo porque lo necesitas, no porque lo puedas vender.”Con La Rosa, Gonzalo consolida un estilo propio: narración sobria, simbolismo visual y compromiso con la verdad emocional. Una obra que no busca el espectáculo, sino el impacto profundo. Y lo consigue. “Si alguien sale del corto y se queda pensando, para mí ya es un éxito”, dice. Y, sin duda, lo es.