El rito de sangre convertido en poesía cinematográfica.
“Abril” de Alexandra Iglesia.
El rito de sangre convertido en poesía cinematográfica.
El cortometraje Abril (2025), dirigido por Alexandra Iglesias, se eleva como una de los relatos más delicados y simbólicos del reciente panorama del cine español. La obra logra conmover, remover y abrir una conversación largamente silenciada en torno al cuerpo femenino.
Desde una mirada poética y liberadora, alejada de los estereotipos asociados al tabú, el silencio, el pudor o el horror que históricamente ha significado la menstruación para la mujer, la directora llega al espectador a través de un lenguaje visual cargado de símbolos, cercano a una realidad teñida de fantasía, que transforma la experiencia íntima de una niña en un relato universal de crecimiento y aceptación.

La historia relata el despertar físico y emocional de Abril (Es de una sensibilidad extraordinaria la interpretación de Sofía Otero), una niña de once años, que el día de su cumpleaños, descubre manchas de sangre en su ropa. Esta irrupción simbólica y real activa un conflicto íntimo con su cuerpo que se resuelve en una transformación que ella sola percibe. Vestida de blanco, el rojo brillante de la sangre simboliza tanto la ruptura con la norma como la celebración de la vida, pero también de una sociedad que, con su silencio, deja a las niñas solas ante una transformación vital.
La cámara cercana y delicada, la fotografía de Júlia Llansana con encuadres simétricos, el diseño sonoro cargado de detalles expresivos y la música sutil de Clara Peya convergen en un conjunto visual y sonoro impecable. El montaje de Celeste Barria respeta los silencios necesarios, mientras el lenguaje visual poético abre una ventana al dolor, la transformación y a la toma de decisiones sin estridencias discursivas.
El contraste cromático —el blanco impoluto del vestido frente al rojo intenso de la sangre— es el recurso central de la puesta en escena. Con él, Iglesias enfrenta lo normativo y lo natural, la pureza impuesta y la vida que irrumpe. Pero lejos de teñir la sangre de connotaciones negativas, el corto la resignifica como símbolo festivo, luminoso, de vida.
Pero Abril es también un grito íntimo: una invitación a que, desde la niñez, se aprenda a amar nuestro propio cuerpo sin pudor ni culpa, desde la emoción, la estética y la verdad. Con una voz clara y honesta, Alexandra Iglesias demuestra que el cortometraje puede ser una herramienta de resistencia, de diálogo y, sobre todo, de reconciliación.
Más allá de su impecable factura técnica, Abril es un manifiesto íntimo. Una invitación a mirar el cuerpo femenino sin miedo ni vergüenza, a abrir conversaciones necesarias en la familia, la escuela y la sociedad. Iglesias firma un trabajo poético, comprometido y profundamente humano, que confirma la solidez de una voz propia en el cortometraje español contemporáneo.

Entrevista a Alexandra Iglesias sobre Abril
En el marco del Festival de Cerdanya, conversamos con la directora sobre el origen, el proceso y la recepción de Abril.
C.G.: ¿Cómo nació el proyecto?
Alexandra: De muchas conversaciones con Daniela Univazo. Queríamos hablar de cómo se juzga el cuerpo femenino y darle un enfoque positivo. La menstruación nos parecía un cambio fundamental y a la vez muy silenciado. A partir de ahí empezamos a preguntar a otras mujeres, descubrimos ese miedo al propio cuerpo y quisimos transformarlo en un relato positivo. También fue una necesidad personal: quería experimentar con un tono diferente, cercano al realismo mágico, y romper con el predominio del realismo más clásico que se hace últimamente.
C.G.: El guión también está muy bien estructurado y cargado de símbolos.
Alexandra: El guión lo escribí con Daniela Univazo. Yo quería crear un mundo simbólico, cargado de metáforas. La propuesta visual debía narrar tanto como la historia. Los dos primeros actos son clásicos: presentación de personajes, conflicto… pero en el tercer acto quise romper esa estructura, igual que el personaje rompe con su propio mundo. Allí me alejé del plan clásico y rodé incluso con un único plano de seguimiento, sin cortes planificados, para que la ruptura se reflejara también en la forma.

C.G.: Eso se percibe en tu lenguaje visual. Narras más con lo que se intuye que con lo que se explica.
Alexandra: Exacto. Mis personajes hablan poco. Prefiero que la imagen cuente: la tarta blanca por fuera y roja por dentro, el encuadre cerrado para encorsetar a la protagonista, los colores… Todo está cargado de simbolismo. Me interesa un lenguaje poético, visual, aunque, por momentos, pueda parecer recargado.
C.G.: Tu fotografía y tu diseño sonoro se integran en la historia. ¿Cómo lo trabajasteis?
Alexandra: El sonido era clave. No quería usar música hasta el final, para que la crudeza y la ansiedad se sintieran en la respiración y en los ruidos. A medida que la historia avanza, el sonido se intensifica: los graves aumentan, las capas crecen, la cámara se acerca más. Y en el bosque, al final, todo cambia: los planos se abren, el sonido se calma y por fin se respira. Fue un juego de contrastes.
C.G.: Y se percibe perfectamente. Esa angustia inicial se transforma en libertad. Incluso el rojo cambia de sentido.
Alexandra: Sí. La sangre en el cine suele asociarse a violencia, pero aquí quería darle un valor positivo: la sangre como vida. Por eso le di brillo, para que se sintiera festiva. Las mujeres tenemos una sangre que da vida y quería que se mostrará así.
C.G.: ¿Háblame de tu colaboración con la montadora Celeste Barria?
Alexandra: Ella es una verdadera diosa. Ha trabajado en proyectos como Alcarràs, así que tiene muchísima experiencia, pero al mismo tiempo la conocimos en la universidad, ¿no? Su mirada es muy sensible y, a la vez, entiende perfectamente el lenguaje clásico. Me ayudaba mucho, sobre todo hacia el final, porque a mí me costaba cortar. Había una escena que duraba 15 minutos y ella me decía: “No puedes montar un tercer acto de 15 minutos”. Y yo pensaba: “Ah, entonces no…”. Yo tendía a alargar demasiado el tercer acto, y ella supo encontrar el equilibrio entre dejar respirar la escena y mantener el ritmo narrativo.
Al final, logró entenderme. Buscamos juntos un punto medio que necesitaba la historia: no reducir la escena a un minuto, pero tampoco alargarla demasiado; dejarla respirar. Celeste comprendió perfectamente tanto mi forma de trabajar como el proyecto en sí y lo que necesitaba la historia. Sí, Celeste es magnífica.

C.G.: Y lo has redondeado con la música de Clara Peya.
Alexandra: Sí, fue un regalo. Yo ya había usado su música en los ensayos. Le propusimos colaborar, sin muchas esperanzas, y aceptó después de ver el corto. Su piano crudo y vulnerable era exactamente lo que necesitábamos: acompañar sin imponerse. Ella entendió la película al 200%.
C.G.: Has tenido un gran equipo detrás. ¿Cómo lo formaste?
Alexandra: Fue un equipo mayoritariamente femenino. Muchas eran compañeras de otros proyectos y sabía que quería contar con ellas. La directora de fotografía, Julia, fue un descubrimiento: conectamos de inmediato. El departamento de maquillaje y efectos, con todo el trabajo de la sangre y el vestuario entubado, se volcó durante meses de pruebas. Y Celeste, la montadora, fue clave.
C.G.: ¿Cómo está reaccionando el público en los festivales donde has presentado tu cortometraje?
Alexandra: Siempre genera reacción, nunca deja indiferente. Y eso es muy halagador. Guste o no, la gente quiere hablar conmigo, preguntar, compartir lo que ha sentido. Me dicen que han visto imágenes distintas, que les remueve. Eso me emociona mucho, porque era mi intención: hacer algo diferente. Y, por supuesto, gran parte del mérito es de Sofía, cuya interpretación ha sido recibida con mucha admiración.
C.G.: Pero tú has puesto los cimientos para que esa interpretación funcione.
Alexandra: Sí. Sofía es increíble, pero hubo un trabajo intenso de ensayo. Con ella y con Ariadna —la actriz del final— buscamos una conexión profunda, como si fueran una misma persona. Hicimos ejercicios de introspección, improvisaciones, trabajo con música… Fue un proceso largo pero necesario.

C.G.: Tu corto transmite un mensaje que debería mostrarse en los colegios: aceptar y amar nuestro cuerpo.
Alexandra: Esa era la idea. Transmitir empoderamiento: que aprendamos a amar nuestro cuerpo tal como es, con sus cambios inevitables. Que dejemos de lado lo que opinan los demás y aprendamos a priorizar nuestra propia voz.
El camino de Abril hacia el reconocimiento no ha hecho más que comenzar. La obra tuvo su estreno nacional en la Sección Oficial de Cortometrajes del Festival de Málaga 2025,. También fue finalista en la categoría de Guión del Ibiza Independent Film Festival 2023. Recientemente, Abril fue galardonado con el premio al Mejor Cortometraje Catalán en la 16.ª edición del Cerdanya Film Festival (junio-agosto 2025), donde el jurado elogió su “excelencia artística y la fuerza narrativa”.
Quizá el mayor mérito de Abril sea recordarnos que el cine también puede ser un ritual de reconocimiento, un espacio de sanación compartida. Y que en la sangre —esa que tantas veces se ha ocultado o estigmatizado— hay también celebración, memoria y futuro.