Amo mi cuerpo
No solo los que tenemos niñas en edad pre adolescente sabemos de qué hablamos cuando hablamos de cambios hormonales. No es tema ajeno para nadie hoy en día, cómo los cambios corporales pueden llegar a afectar a un adolescente si no tiene una educación adecuada al respecto.
Cómo la sociedad acepta determinados estereotipos aún en pleno siglo XXI y cómo la normatividad se mete en todos los campos. Cuando me pongo a reparar que yo también lo viví de una manera poco sana creo ver algo de biológico en dicho padecer, donde acumulamos en un corto periodo de tiempo los mayores cambios que va a realizar nuestro cuerpo y nuestra psique.
Sí, porque por supuesto no solamente se trata del cuerpo, los cambios son a más niveles. Ese baile hormonal nos desestabiliza, nos hace replantearnos todo, cuestionar la vida y a los mayores; dejamos de ser niños para pasar a ser adultos y aún no somos ni una cosa ni la otra. El trance no es fácil.
Por ello un buen acompañamiento es primordial. Quizá para mí lo más relevante es que cuando yo era adolescente no tuve nadie CONSCIENTE del momento que suponía la pubertad para mí, de lo que sufría y de lo que vendría, de los desprecios a los que tendría que enfrentarme por no llevar el ritmo de las otras, de las risas, de los insultos, etc.
Los cambios eran los mismos que hoy mi hija está pasando. A ello me refiero en lo biológico de ese “malestar por la transformación”. Por esa metamorfosis pasamos todos. Cómo se gestione y autogestione es el punto para mi importante. Y ahí es donde podemos actuar. Entiendo y no voy a obviar, como ya he nombrado al comienzo, que la cultura impregna nuestras mentes a través de todos los medios que le están al alcance, eso era y es así.
Las modas van cambiando, pero la sociedad sigue teniendo patrones en los que hemos de “caber”, y nunca mejor dicho. Los kilos que llevo encima, el tamaño de mis tetas, o la forma de mi trasero. Y todos nosotros, como buenos hijos de occidente, seguimos más o menos fielmente y con mayor o menor consciencia, sus preceptos.
Entendamos que lo que nos hace ricos es precisamente la DIFERENCIA, en palabras de C.G. Jung, sería el proceso de individuación – que no de individualismo- el que nos lleva a ser nosotros mismos y a desarrollar nuestra propia personalidad; es el HACERSE INDIVIDUO con sus propias particularidades.
La unicidad de la que la psicología humanista habla, donde cada individuo se contempla como un ser único e irrepetible.
¡Y está bien que sea así!
Es esa variedad la que enriquece una sociedad, no me imagino que todos fuéramos iguales y siguiéramos los mismos patrones, ¡qué aburrido!
La IGUALDAD se me antoja en los derechos de las personas, la DIFERENCIA la veo en el mantenimiento de la idiosincrasia de cada cual.
Pero ¿cómo consigo que mi hijo o mi hija adolescente entienda las cosas así, cuando se compara con sus iguales, cuando precisamente se “separa” de los padres, cuando lo importante para él o ella es lo que digan sus amigos y amigas?,
¿cómo nos adecuamos a esa realidad?,
¿cómo entramos en su mundo para que entiendan el nuestro?, ¿cómo educamos en la tolerancia, la aceptación y el respeto por uno mismo, su cuerpo y por los demás, sin adentrarnos en sus propios límites?
La cosa es que el camino ya lo hemos empezado desde el mismo momento que nacieron. Somos modelos para seguir, y educamos más cuando interactuamos que cuando decimos. Empezar en la pubertad no es malo, pero es algo tarde. En realidad, nos daremos cuenta de que ya tienen sus propios argumentos interiorizados, los cuales han ido conformando en los años anteriores. Ahora se trata de ir “puliendo”.
Realmente es todo más natural de lo que parece. Educar en sexualidad no es algo más difícil que educar en general. Solo hay que tenerla presente y muchas cosas fluyen después por sí solas. No impostar, ser auténtico. Tratar los temas importantes, y cada cual decide qué es importante dependiendo de sus valores. Para mí: enseñarles a aceptarse tal y como son, sin aceptación no pueden gustarse y, por ende, amarse.
Si no se aman difícilmente lo harán con el otro.
Cada cuerpo es único.
Dejar de ser niño para ser adulto es algo lindo, pertenece a la vida y ni se pierde ni se gana, se cambia.
No se es gordo ni flaco, se es persona.
Si me cuido, es decir, me “alimento sanamente”, mental y corporalmente, sabré cuidar del otro.
Si soy auténtico y aprendo a valorar que cada cual es diferente, respetaré y no me reiré de la que no tiene aún la regla, de la que tiene el culo plano, de la que se corta el cabello y “parece un niño”, del que tiene granos en la cara porque sufre de acné, del que lleva gafas porque es miope, del que es muy bajito, de la que todos llaman gorda, de la que parece anoréxica porque pesa menos kilos que las demás, del que se ve afeminado y siempre va con chicas… todo aquello que en mayor o menor medida hemos vivido muchos en nuestra adolescencia, el hoy llamado bullying.
Yo educo en esos valores a mi hija, por supuesto cada cual lo hace a su manera. Pero ahí precisamente es donde podemos incidir nosotros: Reeducar a una sociedad es dura empresa, sobre todo cuando hay que derribar tan altos muros, creencias tan arraigadas y patrones que armonizan con un marco de referencia de toda una generación.
Pero sí podemos educando a hijos que conformen mañana otra sociedad, ni mejor ni peor,
¡Simplemente distinta!
FIN