El arte solo sirve al arte en sí mismo y puede cambiar el mundo del que lo mira y lo entiende. 

Está en el corazón de la sociedad y, es el espectador el que decide si lo que ve es arte o no lo es, dependiendo de los sentimientos que la obra le produce y las emociones que le hace sentir.

Por esta razón, si una obra de arte no cambia alguna cosa en ti, probablemente no has sabido mirarla, solo la has visto.

En mis cuadros quiero crear emociones en la gente que los mira. Me gustaría transmitir la emoción del momento en que ves como fluye la pintura, como se abre un mundo de color que llora ante tus ojos, como estas flores evocan momentos preciosos de tu vida, vivencias importantes y, a la vez tristes. 

Todos hemos vivido experiencias difíciles y las tenemos muy presentes en nuestras memorias. Las flores se marchitan, pero cuando las inmortalizas en un cuadro, son tuyas para siempre y, con ellas, tus recuerdos más íntimos. 

Empecé a pintar estas flores y paisajes etéreos cuando perdí a mi padre que siempre decía que no quería que le llevásemos flores a su tumba por qué él no estaría allí; su espíritu viviría en la sonrisa de sus nietos, la de sus hijas, en la brisa que nos abraza en verano, en el mar; en definitiva, en todo aquello que nos hiciese felices, su memoria perduraba en nuestro recuerdo. 

Todas estas flores son para él. 

Para todas las personas que sienten lo mismo que yo. A menudo resulta sorprendente que el sentimiento de pérdida y duelo se apodera de ti

Después de cinco años, como se echa de menos a las personas queridas, como se añora a un padre, lo mucho que darías para que estuviese contigo con su alegría por vivir, su afabilidad, siempre cariñoso y familiar. Pensaba que sería eterno y, no, ya no está aquí. 

El arte establece una conexión entre la gente, un vínculo invisible. Puede incluso hacer que el resto del mundo desaparezca por unos minutos y tiene el poder de hacer que incluso la persona más sensata, olvide todo lo que le rodea. 

Esa es la magia del arte

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