«Adorable»(Elskling):
Un retrato crudo de la salud mental, la maternidad fracturada y el abandono emocional
Cuando ser adorable es una prisión
«Adorable» (2024), la ópera prima de la directora noruega Lilja Ingolfsdottir, se presenta como un estudio devastadoramente honesto sobre el colapso psicológico de una mujer atrapada entre las múltiples demandas de la maternidad, el matrimonio, la carrera profesional y sus propios demonios internos. María (Helga Guren) hace malabares con cuatro hijos y una carrera exigente mientras su segundo marido, Sigmund (Oddgeir Thune), viaja constantemente. Lo que en la superficie parece una crisis matrimonial convencional se revela como un complejo cuadro clínico de depresión mayor, rasgos de trastorno límite de la personalidad (TLP) y un patrón crónico de abandono emocional que ha marcado toda su existencia.
La película rehúye deliberadamente el melodrama para ofrecer un retrato clínico, casi documental, de cómo las enfermedades mentales no diagnosticadas y no tratadas pueden destruir sistemáticamente los vínculos más preciados de una persona. Ingolfsdottir construye un personaje que desafía la compasión fácil: María no es una víctima angelical ni una villana egoísta, sino una mujer profundamente enferma que reproduce inconscientemente los patrones de abandono que la han traumatizado.
La depresión mayor: El peso invisible que aplasta la existencia
María padece lo que clínicamente se reconocería como un episodio depresivo mayor con características melancólicas. Su depresión no es la tristeza romántica del cine convencional, sino una condición paralizante que afecta su capacidad de funcionar en todos los ámbitos de su vida. La anhedonia —la incapacidad de experimentar placer— permea cada aspecto de su existencia: sus interacciones con los hijos están marcadas por la irritabilidad y la desconexión emocional, su vida sexual con Sigmund alterna entre pasión desesperada y rechazo absoluto, y su carrera profesional se ha estancado en un punto muerto del que no puede escapar.
Los síntomas depresivos de María se manifiestan de formas sutiles pero devastadoras. Su incapacidad para establecer límites saludables, su tendencia a sobrecargarse con responsabilidades que luego no puede cumplir, y su persistente sensación de vacío existencial apuntan hacia una depresión crónica que probablemente ha estado presente durante años, quizás décadas. La película muestra cómo la depresión no necesariamente se presenta como llanto constante o postración en cama, sino como una erosión gradual de la vitalidad que hace que cada tarea cotidiana se convierta en una montaña insuperable.
La relación de María con sus hijos está profundamente afectada por su estado depresivo. No es que no los ame; su amor por ellos es evidente y doloroso. Pero la depresión crea una barrera invisible entre ella y sus hijos que hace imposible la conexión emocional genuina. Sus intentos de ser una «buena madre» se convierten en performances agotadoras que la dejan vacía y resentida. Los momentos de ternura con sus hijos son interrumpidos constantemente por oleadas de irritabilidad y desesperación que ella no puede controlar ni explicar.
Rasgos del trastorno límite de la personalidad: La inestabilidad como forma de vida

Aunque la película nunca ofrece un diagnóstico explícito, María exhibe varios rasgos característicos del trastorno límite de la personalidad que añaden complejidad a su cuadro clínico. Su relación con Sigmund está marcada por una inestabilidad emocional extrema que oscila vertiginosamente entre la idealización apasionada y la devaluación total. Los constantes viajes de Sigmund desencadenan en María respuestas emocionales desproporcionadas que sugieren un terror profundo al abandono característico del TLP.
La «pasión desenfrenada» que María siente por Sigmund no es simplemente amor intenso, sino una forma de dependencia emocional que roza la adicción. Cuando Sigmund está presente, María se siente completa y viva; cuando se ausenta, se desmorona en una crisis existencial. Esta incapacidad para mantener una sensación estable de sí misma sin la presencia del otro es un rasgo central del TLP. Los conflictos terribles que terminan destruyendo la relación no surgen de incompatibilidades reales, sino de la incapacidad de María para tolerar la separación temporal sin experimentarla como abandono total.
La impulsividad de María se manifiesta en decisiones emocionales precipitadas que tienen consecuencias devastadoras. Sus reacciones ante las ausencias de Sigmund —que podrían incluir confrontaciones violentas, amenazas de separación o conductas autodestructivas— no son estrategias conscientes de manipulación, sino respuestas automáticas generadas por un sistema nervioso permanentemente en estado de alarma. Para alguien con rasgos de TLP, la separación temporal de la figura de apego se experimenta como aniquilación psíquica.
El patrón de relaciones intensas e inestables que caracteriza el TLP también se refleja en las dinámicas familiares de María. Su relación con los hijos de su primer matrimonio está probablemente marcada por la misma alternancia entre cercanía excesiva y distanciamiento brusco. Los dos hijos que tiene con Sigmund nacen en un contexto de inestabilidad emocional crónica que inevitablemente afecta su desarrollo psicológico. María es incapaz de proporcionar el «ambiente suficientemente bueno» que los niños necesitan para desarrollar un apego seguro.
La familia recompuesta: Anatomía de un desastre anunciado
La estructura familiar de María constituye en sí misma un factor de estrés insostenible. Como madre divorciada con dos hijos de su primer matrimonio, María ya cargaba con el trauma de un fracaso relacional previo y la complejidad de la crianza compartida. Su decisión de formar una nueva familia con Sigmund, teniendo dos hijos adicionales, puede interpretarse como un intento desesperado de «hacerlo bien esta vez», de demostrar que es capaz de construir una familia funcional.
Sin embargo, la película revela la imposibilidad estructural de este proyecto. Cuatro hijos de diferentes edades y con diferentes necesidades requieren una capacidad de gestión emocional y práctica que María simplemente no posee. La ausencia constante de Sigmund debido a sus viajes de trabajo convierte a María en madre soltera funcional de cuatro niños, pero sin la claridad de roles que tendría una madre soltera real. Está atrapada en una estructura familiar que promete apoyo pero que en la práctica la deja sola con responsabilidades abrumadoras.
Los viajes constantes de Sigmund funcionan como detonante recurrente de las crisis de María, pero no son su causa. Representan más bien la reproducción de un patrón de abandono que María ha experimentado toda su vida. Cada viaje de Sigmund reactiva traumas de abandono más antiguos, probablemente vinculados con figuras parentales que también estuvieron física o emocionalmente ausentes. La repetición compulsiva de este patrón —elegir una pareja cuyo trabajo garantiza ausencias frecuentes— sugiere que María está inconscientemente intentando resolver traumas no procesados a través de su relación actual.

La tensión entre los hijos del primer matrimonio y los nuevos hijos con Sigmund añade otra capa de complejidad. Los hijos mayores probablemente experimentan resentimiento hacia los nuevos hermanos que «comparten» a su madre con otra familia. María debe gestionar no solo sus propias necesidades emocionales insatisfechas, sino también los conflictos de lealtad, celos y dolor de sus hijos en una situación familiar inherentemente complicada.
Frustración profesional: Cuando el trabajo se convierte en campo de batalla
La carrera profesional de María, descrita como «exigente» pero aparentemente estancada, representa otra dimensión de su fracaso percibido. En las sociedades contemporáneas, especialmente en los países nórdicos con su cultura de igualdad de género, se espera que las mujeres «lo tengan todo»: familia numerosa, matrimonio apasionado y carrera exitosa. María ha internalizado estas expectativas imposibles y se juzga constantemente por no estar a la altura.
La frustración profesional de María no es sólo resultado de circunstancias externas, sino también de su estado psicológico. La depresión afecta profundamente la capacidad de concentración, la memoria y la toma de decisiones, haciendo imposible el rendimiento profesional óptimo. Su incapacidad para avanzar en su carrera no es falta de talento o ambición, sino consecuencia directa de una enfermedad mental no tratada que drena toda su energía cognitiva y emocional.
La necesidad de mantener un trabajo de tiempo completo mientras es efectivamente madre soltera de cuatro niños crea una situación de estrés crónico insostenible. María vive en un estado permanente de emergencia, apagando incendios continuamente sin tiempo para planificación estratégica o autocuidado. Este estado de supervivencia constante es incompatible con el desarrollo profesional, que requiere espacios de reflexión, creatividad y networking que María simplemente no tiene.
La carrera profesional también representa para María un espacio donde su identidad no está completamente subsumida en los roles de madre y esposa. Su frustración profesional es también frustración existencial: la sensación de que su vida se ha reducido a satisfacer las necesidades de otros sin espacio para su propia realización. Esta pérdida de identidad individual es particularmente devastadora para alguien con rasgos de TLP, quien ya tiene dificultades para mantener un sentido coherente del yo.
El patrón de abandono: La herida que nunca cierra
El elemento más devastador del retrato psicológico de María es su «sensación de abandono constante». Esta sensación no es una reacción específica a las ausencias de Sigmund, sino un patrón profundamente arraigado que probablemente se remonta a su infancia. María vive con la certeza emocional de que será abandonada, y esta certeza genera comportamientos que paradójicamente hacen más probable el abandono que teme.
La sensación crónica de abandono sugiere traumas tempranos de apego. María probablemente creció con cuidadores que fueron inconsistentes, física o emocionalmente ausentes, o incapaces de proporcionar la sintonía emocional que los niños necesitan. Estos traumas tempranos generan esquemas cognitivos persistentes: «No soy digna de amor», «Todos me abandonarán eventualmente», «Debo controlar desesperadamente a las personas que amo para evitar que me dejen».

Estos esquemas operan como profecías autocumplidas. La ansiedad de abandono de María la lleva a comportamientos que alejan a Sigmund: demandas emocionales excesivas, conflictos constantes, incapacidad para tolerar su autonomía. Cuando Sigmund finalmente pide el divorcio, María experimenta una confirmación devastadora de sus peores miedos, sin reconocer cómo su propia conducta ha contribuido al resultado que tanto temía.
El abandono que María experimenta no es solo interpersonal sino también intrapsíquico. Se ha abandonado a sí misma: sus necesidades, sus deseos, su bienestar. Ha construido su identidad enteramente alrededor de los roles de madre y esposa, descuidando el cultivo de una relación consigo misma. Este autoabandono es quizás el más trágico, porque es el único sobre el que María podría tener control real si contara con los recursos terapéuticos adecuados.
La maternidad como campo minado emocional
La maternidad, que culturalmente se presenta como fuente de realización femenina suprema, se revela en «Adorable» como un campo minado emocional para una mujer con problemas de salud mental no tratados. María ama a sus hijos, pero ese amor no es suficiente para compensar su incapacidad para regular sus propias emociones y proporcionar el ambiente estable que los niños necesitan.
Los cuatro hijos de María probablemente están desarrollando sus propios problemas de apego como resultado de la crianza inconsistente. Los niños expuestos a madres con depresión mayor y rasgos de TLP desarrollan con frecuencia ansiedad, depresión y dificultades relacionales propias. María no solo sufre; está transmitiendo intergeneracionalmente los traumas que ella misma experimentó.
La culpa que María siente por no ser la madre que cree que debería ser añade otra capa de sufrimiento. Se compara constantemente con un ideal imposible de maternidad perfecta, sin reconocer que ese ideal es en sí mismo patológico. La ideología de la «maternidad intensiva» que domina las culturas contemporáneas exige de las madres una disponibilidad emocional total que ningún ser humano puede sostener, mucho menos alguien luchando contra enfermedades mentales graves.
Las sesiones de terapia de pareja: El fracaso del modelo psicoterapéutico convencional
La película incluye sesiones de terapia de pareja que, lejos de resolver el conflicto, exponen la inadecuación del modelo psicoterapéutico convencional para abordar problemas de salud mental graves. La terapia de pareja parte del supuesto de que ambos miembros tienen recursos psicológicos básicos para la comunicación y el cambio. En el caso de María y Sigmund, este supuesto es falso.
María necesita tratamiento psiquiátrico individual intensivo antes de poder beneficiarse de la terapia de pareja. Su depresión mayor y rasgos de TLP requieren intervenciones especializadas —posiblemente medicación antidepresiva, terapia dialéctica conductual, y trabajo terapéutico profundo sobre traumas de apego— que están completamente fuera del alcance de la terapia de pareja convencional.
Las sesiones de terapia, tal como las presenta Ingolfsdottir, se convierten en otro espacio donde María experimenta fracaso y vergüenza. Los silencios cargados, el lenguaje corporal tenso y la incapacidad de articular el verdadero problema sugieren que ambos están participando en un ritual social sin esperanza real de transformación. El terapeuta, probablemente bien intencionado pero inadecuadamente entrenado para lidiar con patología severa, no logra identificar la gravedad del cuadro clínico de María.
El título como ironía devastadora
El título «Adorable» funciona como una ironía devastadora que encapsula la tragedia central de la película. María ha pasado su vida intentando ser adorable —digna de amor— sin éxito. Su necesidad desesperada de ser amada, combinada con su incapacidad para aceptar el amor cuando se le ofrece debido a su terror al abandono, crea un círculo vicioso del que no puede escapar.
Lilja Ingolfsdottir ha creado un retrato de enfermedad mental que rehúye tanto la victimización romántica como la demonización. María es simultáneamente víctima de traumas no resueltos y responsable de las heridas que inflige a sus seres queridos. Esta complejidad moral es lo que hace que «Adorable» sea tan incómoda y tan necesaria.
La película funciona como un recordatorio brutal de que el amor no cura la enfermedad mental. María está rodeada de personas que la aman —sus hijos, Sigmund, probablemente amigos y familia extendida— pero ese amor es impotente ante la magnitud de su sufrimiento psicológico. Lo que María necesita no es más amor sino intervención clínica profesional que probablemente nunca recibirá.
«Adorable» es, en última instancia, una película sobre la invisibilidad de la enfermedad mental grave en mujeres que cumplen roles sociales convencionales. María es madre, esposa, profesional; por tanto, se asume que está fundamentalmente bien. Su colapso es tratado como crisis circunstancial en lugar de manifestación de patología crónica. Esta invisibilización garantiza que seguirá sufriendo, y que su sufrimiento se transmitirá a la siguiente generación en una repetición trágica del ciclo de trauma y abandono.
«Adorable». Es una película que claramente toca temas muy importantes y complejos sobre salud mental que merecen ser abordados con seriedad.
Dialoguemos, debatamos, compartamos.
«Porque el mejor cine siempre es una conversación tras los créditos, una copa de vino o un café con qué pecado sigues el diálogo”
Miquel Claudì-Lopez
Cominicador Audiovisual
Periodista
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