«La Deuda»:
Cuando la precariedad convierte la supervivencia en tragedia
El capitalismo cobra sus víctimas
«La Deuda» (2025) de Daniel Guzmán representa un ejercicio brutal de cine social que expone las consecuencias letales del sistema capitalista sobre quienes habitan sus márgenes. La película narra la historia de Lucas, un hombre de 47 años sin trabajo estable que convive con Antonia, una anciana nonagenaria, en un piso céntrico de Madrid. Cuando un fondo de inversión adquiere el edificio para convertirlo en apartamentos turísticos, Lucas se enfrenta a la orden de desahucio.
La decisión desesperada de Lucas —robar un desfibrilador de un centro de salud para venderlo y conseguir dinero— desencadena una tragedia: justo después del robo, un niño muere por falta del aparato médico. Esta casualidad fatal convierte a Lucas simultáneamente en víctima de un sistema económico brutal y en perpetrador de una muerte que no pudo prever. La película se niega a ofrecer resoluciones morales sencillas, explorando el territorio ambiguo donde la responsabilidad individual y la culpa estructural se entrelazan de formas imposibles de desenredar.
La pobreza como condición estructural y la crisis de vivienda
«La Deuda» presenta la pobreza no como resultado de decisiones individuales equivocadas sino como condición estructural generada por un sistema económico que concentra la riqueza mientras expulsa a sectores crecientes hacia la precariedad absoluta. Lucas no es pobre porque sea irresponsable; es pobre porque el mercado laboral contemporáneo ha eliminado las formas de empleo estable que permitían a personas con su perfil sostener vidas dignas.
Lucas «malvive a base de pequeños hurtos de diversos materiales que luego revende», no como elección criminal sino como estrategia de supervivencia cuando las oportunidades laborales legítimas simplemente no existen. La convivencia con Antonia tampoco es arreglo romántico de solidaridad intergeneracional, sino acuerdo de supervivencia mutua: ella necesita cuidados que el sistema público no proporciona adecuadamente; él necesita vivienda que no puede costear.
El motor narrativo es el desahucio amenazante, que apunta hacia una crítica sistémica más amplia: la conversión de la vivienda —bien de primera necesidad y derecho humano fundamental— en mercancía especulativa cuyo acceso se determina por capacidad de pago. El fondo de inversión que adquiere el edificio no está interesado en proporcionar vivienda sino en maximizar retornos financieros convirtiendo pisos residenciales en apartamentos turísticos.
La Constitución Española reconoce el derecho a la vivienda digna, pero este «derecho» no tiene mecanismos reales de exigibilidad. En la práctica, la vivienda no es derecho sino privilegio. El sistema legal protege estos intereses de inversión con mecanismos que garantizan rápida ejecución de desahucios mientras dificulta enormemente cualquier protección de inquilinos vulnerables. Los desahucios pueden ejecutarse en semanas; conseguir vivienda social alternativa puede tomar años.
Responsabilidad versus culpa: Navegando la ambigüedad moral

Una de las dimensiones más complejas de «La Deuda» es su exploración de la distinción entre responsabilidad causal y culpa moral. Lucas es causalmente responsable de la muerte del niño: su acción de robar el desfibrilador creó las condiciones que hicieron imposible salvar la vida. Sin embargo,
¿Es moralmente culpable de un resultado que no pudo prever y que no deseó?
La película presenta múltiples perspectivas sobre la culpabilidad. Desde cierto ángulo, Lucas es víctima de un sistema brutal que lo empujó a la desesperación; desde otro, es adulto que tomó decisiones con consecuencias letales. Gabriela (Itziar Ituño), la madre del niño muerto, tiene derecho legítimo a considerarlo responsable; Lucas tiene razones comprensibles para haber actuado como actuó.
Esta ambigüedad moral no es relativismo ético sino reconocimiento de que en sociedades estructuralmente injustas, la asignación de culpabilidad individual se vuelve profundamente compleja. ¿Es Lucas más culpable que el fondo de inversión que lo amenazó con desahucio? ¿Es más responsable el Estado que no garantiza vivienda digna ni trabajo estable?
La película sugiere que la obsesión contemporánea con la culpa individual —característica de las sociedades neoliberales— funciona como mecanismo de distracción que evita examinar las estructuras sistémicas que generan estas tragedias. La culpabilización individual no resuelve ni previene las condiciones que hacen inevitable que alguien como Lucas tome decisiones desesperadas con consecuencias trágicas.
Servicios sociales, buenas intenciones y consecuencias trágicas
«La Deuda» expone la inadecuación de los servicios sociales para responder a las crisis que las personas en precariedad enfrentan cotidianamente. La «tardanza en actuar» no es accidental ni resultado de incompetencia individual, sino característica estructural de sistemas diseñados para gestionar la pobreza más que para eliminarla. Los servicios sociales operan con recursos crónicamente insuficientes, burocracias kafkianas y criterios de elegibilidad tan restrictivos que excluyen a muchas de las personas que más necesitan ayuda.
Cuando Antonia enfrenta el desahucio, los servicios sociales intervendrán con procedimientos que requieren semanas o meses, mientras el desahucio procede inexorablemente según los tiempos del sistema judicial. Esta asimetría temporal —rapidez en desahucios, lentitud en ayuda social— constituye violencia estructural que beneficia sistemáticamente a propietarios y fondos de inversión mientras perjudica a inquilinos vulnerables.
Lucas actúa con buenas intenciones: proteger a Antonia del desahucio, preservar el vínculo que los une. Sin embargo, sus buenas intenciones generan una tragedia irreparable. La desesperación distorsiona el cálculo de riesgos. Lucas no consideró seriamente la posibilidad de que alguien muriera porque estaba focalizado en la crisis inmediata. Esta «visión de túnel» no es defecto cognitivo individual sino consecuencia de vivir en estado permanente de emergencia donde la planificación a largo plazo se vuelve imposible.

Las decisiones de Lucas afectan profundamente la vida de Gabriela, quien pierde a su hijo por una casualidad que nunca debería haber ocurrido. Su dolor es legítimo y su derecho a responsabilizar a Lucas es comprensible. Sin embargo, ¿resolver su dolor a través del castigo de Lucas previene futuras tragedias? ¿O simplemente añade más sufrimiento a un sistema ya saturado de dolor evitable?
Venganza o Justicia: Cuando el sistema falla
La aproximación de Lucas a Gabriela después de la muerte de su hijo plantea preguntas sobre justicia y venganza. ¿Qué le debe Lucas a Gabriela? El sistema de justicia penal procesará a Lucas por el robo y posiblemente por homicidio involuntario, pero este procesamiento no resuelve las cuestiones morales más profundas ni restaura la vida del niño. La justicia retributiva satisface cierta necesidad social de responsabilización pero no previene tragedias futuras ni aborda las condiciones estructurales que las generan.
Gabriela debe decidir si busca venganza contra Lucas o alguna forma de justicia más compleja que reconozca tanto su dolor como las circunstancias que llevaron a Lucas a actuar. Esta decisión no es solo personal sino política: ¿contra quién dirigimos nuestra rabia ante tragedias evitables? ¿Contra individuos atrapados en sistemas opresivos o contra los sistemas mismos?
La película sugiere que el sistema capitalista prefiere que nuestra rabia se dirija a individuos como Lucas —personas visibles, vulnerables, fácilmente castigables— en lugar de dirigirse a fondos de inversión, políticas de vivienda o estructuras económicas que son abstractas, poderosas y protegidas jurídicamente. La individualización de la culpa protege al sistema de ser cuestionado.
Madrid y la ciudad europea al servicio del turismo
La ambientación específica en Madrid no es arbitraria. La ciudad se ha convertido en paradigma de cómo el modelo turístico de «ciudad marca» expulsa sistemáticamente a sus habitantes tradicionales para convertirse en parque temático para visitantes temporales con alto poder adquisitivo.
El piso de Lucas y Antonia está «en pleno barrio castizo de Chamberí», zona que ha experimentado una gentrificación acelerada donde edificios históricos son vaciados de residentes de clase trabajadora para ser transformados en apartamentos de lujo o alojamientos turísticos. Este proceso está vaciando Madrid de vida comunitaria real, convirtiendo barrios enteros en escenarios de autenticidad simulada para consumo turístico.
Las «bonitas fachadas y edificios» que Madrid exhibe como atractivo turístico ocultan sistemáticamente la realidad económica y social de quienes fueron expulsados para hacer posible esa imagen. Los turistas que pasean por Chamberí admirando su arquitectura desconocen que esa autenticidad ha sido producida mediante la expulsión de las personas que realmente daban vida a esos barrios.
Este modelo de ciudad «al servicio de los turistas» no es fenómeno exclusivo de Madrid sino patrón repetido en Barcelona, Lisboa, Berlín, Ámsterdam y otras ciudades europeas. El turismo masivo y la financiarización de la vivienda se combinan para producir ciudades progresivamente inhabitables para sus propios ciudadanos, especialmente aquellos de clase trabajadora o con ingresos precarios.
La película expone cómo esta transformación no es proceso neutral de «desarrollo urbano» sino violencia sistémica que destruye comunidades, rompe vínculos sociales construidos durante décadas y convierte el espacio urbano de bien común en recurso de extracción de valor para inversores globales.

Deudas personales, deudas sistémicas
El título «La Deuda» opera en múltiples niveles: es la deuda económica de Antonia que desencadena el desahucio; es la deuda moral que Lucas siente hacia la mujer que lo cuidó; es la deuda de culpa que contrae con Gabriela. Pero más profundamente, es la deuda que la sociedad española tiene con ciudadanos como Lucas y Antonia, a quienes promete protección constitucional que sistemáticamente niega en la práctica.
«La Deuda» rechaza tanto el melodrama victimizante como la celebración heroica de la resistencia individual. Lucas no es santo ni villano sino una persona compleja atrapada en circunstancias imposibles que intenta navegar con recursos inadecuados. Su historia no ofrece catarsis redentora porque las estructuras que generaron su tragedia permanecen intactas, produciendo nuevas víctimas continuamente.
La película propone que mientras tratemos la vivienda como mercancía, mientras aceptemos la precariedad laboral como inevitable, mientras prioricemos el turismo sobre la vida comunitaria y mientras nuestros sistemas de justicia protejan la propiedad con más eficacia que protegen a las personas, tragedias como la de Lucas y Antonia se repetirán con regularidad predecible.
«La Deuda» es una acusación contra un sistema económico que genera precariedad estructural y luego responsabilizar individualmente a quienes, desesperados por sobrevivir, toman decisiones con consecuencias trágicas. Es recordatorio brutal de que en sociedades profundamente injustas, la distinción entre víctima y perpetrador se vuelve imposible de sostener, porque todos estamos atrapados en estructuras que nos excede pero que reproducimos con cada decisión que tomamos.
Dialoguemos, debatamos, compartamos.
«Porque el mejor cine siempre es una conversación tras los créditos, una copa de vino o un café con qué pecado sigues el diálogo”
Miquel Claudì-Lopez
Cominicador Audiovisual
Periodista
@miquelclaudilopez
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