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MAMÁ ESTOY AQUÍ

¿Os habéis dado cuenta muchas veces de lo que nos llega a costar hacer limpieza, es decir, de lo que nos llega a costar vaciarnos, de todo lo que ya no nos sirve? 

¿Armarios y cajas llenas de ropa que ya no usamos, zapatos, cuadros, recuerdos de años y años que han perdido color, bolsos, sombreros, mantelerías y un largo etcétera de objetos y prendas que ni tan solo sabemos a veces que existen? Acumulamos, inconscientemente acumulamos, y cuánto más acumulamos, más nos cuesta soltar, limpiar, vaciar… 

¡FER NET! Como decimos aquí. Y esto no significa que no continuemos comprando ropa nueva de temporada, ni los caprichos a los que sucumbimos tan fácilmente…. Continuamos acumulando y cuando nos damos cuenta nos sentimos mal y pensamos que tenemos que hacer limpieza y vaciar de una vez por todas… pero el momento tarda en llegar, o muchas veces no llega y dejamos que este trabajo difícil lo hagan otros, los que quedarán aquí cuando ya no estemos… 

Y es que vaciar cuesta porque, no es que tengas que decidir sobre cosas y nada más, sino que se trata de remover recuerdos, imágenes, personas, hechos y situaciones que hemos dejado allí guardado y que nos obligan a tomar decisiones que nos comportan remordimientos, tristeza, apego, dolor, sonrisas y lágrimas. 

Y así pasan los días, meses y años, si no es que llega algo extra que nos “obliga” a dar el paso. 

A mí me ha pasado. Este verano habíamos convidado a venir, desde Perú, a dos personas muy amadas que deseábamos con toda nuestra alma que llegaran a nuestra casa. Evidentemente, teníamos que disponer de una habitación para ellas. Y para disponer de esta habitación teníamos que hacer espacio en otra, y para hacer espacio en la otra nos dimos cuenta de que teníamos que empezar a vaciar antes el cobertizo del patio… 

En diciembre pensé: A partir de enero me voy a poner en serio… Pero pasó enero, y pasó febrero, y nunca llegaba el momento, hasta que finalmente no pudimos alargarlo más y nos pusimos manos a la obra en el cobertizo un fin de semana, los dos, Chicho y yo. 

Y después me enfrenté a la habitación más complicada, la que había sido de mi mamá, que transcendió hace ocho años y que había servido para ir “guardando” todo lo que costaba dejar ir. No me podía creer lo que estaba pasando, cuando empiezas es como ir aligerando peso. 

Me di cuenta de que lo que me dolía era tirar, no quería tirar nada, pero busqué dónde podía entregar y donar las prendas, juegos, objetos que nos habían hecho felices en su día, y que podían continuar haciendo felices a otras personas en lugar de irse desgastando en su caja sin nadie que los volviera a utilizar. 

Reciclé cajas, saqué el polvo a libros, me despedí con algún beso de algunos recuerdos, busqué entidades que sabía que los devolverían a la vida y fui vaciando con amor y agradecimiento a medida que lo estaba haciendo posible. Recuerdo que encontré un gorro que mi hijo Ernest llevaba en Perú en su último año aquí, lo volví a ver con el gorro en la cabeza, sonriendo feliz y no pude evitar ponérmelo en la cara y darle un beso pensando en él, y entonces sentí su voz al momento que me decía: —“Ahora dame el beso a mí, mamá”, y levanté la cabeza y le di un beso a mi hijo con los ojos cerrados porque, es verdad, Ernest no está en el gorro… Él existe totalmente en su esencia invisible, potente y feliz. Y así es. 

El caso es que aquello que siempre me había parecido tan cuesta arriba, ya está hecho. ¡Y me siento tan satisfecha de haberlo podido hacer! Sí, me removió un poco por dentro, pero la certeza y el agradecimiento que sentía por dentro y por fuera eran mucho mayores. Es cierto que todo tiene su momento, todo llega cuando tiene que llegar, cuando estamos listas para que llegue. 

Yo ya había ido vaciando, pero siempre había cosas que no podía decidir sobre ellas, que no estaba a punto, que aún necesitaba tener guardadas. Ahora me parece increíble que haya podido finalmente reconvertir las dos habitaciones para lo que necesitaba y haber estado intensamente dedicada a la tarea física de barnizar, cargar, limpiar, vaciar e imaginar la nueva distribución temporal que la llegada de nuestra familia peruana ha conseguido que hagamos. 

Y a medida que lo hacía con la casa lo hacía conmigo misma. 

“Todo está bien, mamu, no hace falta tener rincones pendientes… ¿Para qué? ¿Para quién? Ya no tienen otro motivo de ser que el apego a todo lo acumulado. Lo dejamos todo, mamá, como yo hice, y tú y el papa también lo haréis, porque realmente lo que nunca muere es esta esencia de amor que somos y que solo se mide en intensidad, en espacio, en libertad, en amplitud. ¡Estás liberando tantas cosas de las que aún no eres consciente! Y todo esto te abre un camino esplendoroso de posibilidades, de alegría, siempre conmigo, con nosotros. Las ataduras de las expectativas se van desgastando y mira este cielo, mama, tu libertad tan buscada y añorada te espera, ha estado siempre contigo y está haciendo batir sus alas porque los pesos ya no la detienen. Todo está bien, mama, está bien cuando llega y está bien cuando se mantiene. Todo tiene su momento de venir y de marchar y, mientras, el tránsito de cada persona es único y majestuoso. No hay error, no hay juicio, todo es como tiene que ser y cada una anda su camino a su ritmo.” 

Gracias, Ernest, por tus palabras. 

Tenemos que atrevernos a mirarnos, escucharnos y sentirnos para respetar nuestro paso, nuestro momento y dejar que la vida llegue con sus manos abiertas para recoger las posibilidades que trae en ellas e ir descargándonos de todo peso material, mental y anímico que llevamos encima, que es mucho y que podemos ir soltando para volar más ligeras y felices. 

Os animo a intentarlo, es fácil y gratificante cuando empiezas. 

La dificultad siempre está en la mente. 

Dolors Beltran Boixadera 

mamaestoyaqui.com

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