ME CAIGO BIEN
Ayer al desmaquillarme antes de ir a dormir, por primera vez me miré al espejo y pensé, me
caigo bien. Me vi sonreír y me sentí como en casa. Por primera vez en una habitación llena de
personas me elegí a mí. El vértigo fue aflojando hasta tal punto que se volvió inexistente.
Donde el miedo acechaba y brotaba, ahora había oportunidades. Las sombras danzaban, pero
ya no me daban miedo, había ganado mis batallas invisibles. Por fin su voz se había ido ya de
mis ratos de soledad. Empezó a crecer el potencial de una reflexión de noche de estrellas. Le di
la mano al perdón y nos hicimos amigos.
Ahora me veo capaz de vestirme de asesina para matar lo que manchaba mis sonrisas, con una
simple respiración honda, tan honda que deje de ahogar las palabras, las ganas y las canciones.
En este escenario efímero, enfrentamos la dualidad de la luz y la sombra, donde cada desafío
es una sinfonía de oportunidades veladas.
Y por fin lo entendí, que no se trata solo de vivir cada día igual, sino de florecer en la
resplandeciente luz de la autenticidad. Allí cada desafío es una oportunidad de revelar la
elegancia única que yace en nuestra esencia. No es simplemente la lucha contra las tormentas,
sino la habilidad de bailar bajo la lluvia, donde cada gota es una nota que resuena con la
melodía del renacimiento.
Aprender a decir, no pasa nada, nos vamos de aquí cuando no estoy bien, aprender a saber
mirar, estudiarme para sacarle partido a cada una de mis virtudes. Aprender a quererme igual
que se quiere una noche de vino, pizza y película.