La primera vez que vi a mi hijo pequeño fue saliendo del vientre de su madre, uno de los momentos que jamás se pueden olvidar que quedan para siempre en la retina… Ver como asoma a la vida un hijo y sentir una sensación mágica y única porque ese ser forma parte de ti.
Pero de la primera vez que quiero hablar no es esa sino de cuando 3 años después volví a tener a mi hijo tras estar muchos meses sin poder verlo.
Desgraciadamente el ser humano cruza la línea del amor al odio, del respeto al rencor, del sentido común a la irracionalidad. Durante semanas, días estuve pensando en cómo reaccionaría mi hijo, que le diría como se lo diría a donde lo llevaría y mil cosas más tras el reencuentro.
Vi a mi hijo se acerco a mí, me abrazo y sin más… Me dijo «papa vamos a casa a jugar» me cogió la mano y me di cuenta de lo sencilla que es la vida y lo complicada que nos empeñamos en hacerla.
Un niño de 3 años me dio una lección que jamás olvidaré, algo que los adultos no deberíamos olvidar porque no sólo debemos enseñar y educar sino muchas veces aprender y mucho.
Tanto él como mis otras hijas son lo mejor de mi vida, mi pasión y mi dedicación por siempre y por eso la mayor miseria que puede tener el ser humano es dañar a un hijo a un niño a una criatura de la forma que sea.
El día llegó y estaba tan nervioso como si fuera el día del parto quería que todo saliera perfecto…
Que el niño que un día fuimos todos nunca desaparezca del todo, debemos conservarla porque nos hará más puros y mejores personas y sobre todo nos hará soñar…
Mi nombre es David, aunque en redes sociales me presente como Luther Barcelona, 53 años y desde hace algún tiempo pues decidí publicar algunas opiniones o consideraciones sobre temas que me preocupan o sencillamente quería compartir a quien le pudiera interesar. Me gusta escribir, aunque nunca me decidí a hacerlo en público, tengo en mente algún que otro proyecto, pero para mí es una gran oportunidad poder aportar o colaborar en un proyecto tan interesante como esta revista.