EL DISCURSO DE LAS FLORES

Paseando tranquilamente por el campo uno de estos días de primavera pasados, quien no ha disfrutado del espectáculo de las flores asomándose aquí y allá? 

Solamente dejando que la mirada navegue libremente de un lado a otro deslizándose sobre el paisaje de fondo, las flores se convierten en las grandes protagonistas del camino.

Salpicadas de a poco o compartiendo grandes tramos , solitarias o en grupo, inesperadas y siempre bellas, las flores impactan en nuestros ojos, en nuestros sentidos, nos iluminan la mirada, nos enamoran el alma.

Poco a poco me voy dando cuenta que el término “flores” da nombre a una infinidad de formas, colores, aromas y variedades inmensas… Desde las más sencillas y llamativas, desde las más complejas y las más simples, todas agradecen nuestra mirada y alargan su tallo hacia arriba para poder ser contempladas. Algunas, tímidamente escondidas entre la hierba, apenas muestran su rostro, y otras, abiertamente presumidas y provocativas, se dejan admirar complacidas…  Existen otras que se disimulan entre sus compañeras, todas idénticas, huyendo de todo protagonismo, mientras  las más solitarias i audaces no tienen ningún  miedo a mostrarse tal y como son y, desde su soledad y empoderamiento, alargan su tallo para enfrentarse orgullosas al mundo que las ha visto nacer. 

Hay otras aún que, de tan pequeñas y discretas, son difíciles de ver, pero cuando te acercas y las observas  te llama la atención su complejidad y hermosura. Algunas se marchitan muy rápido y otras, en cambio, alargan su vida más tiempo, también dependiendo del terreno de donde han surgido y donde se desarrolla su vida… 

Pero todas, todas, emergen de la misma tierra, respiran el mismo aire, reciben la misma lluvia,  el mismo sol, las sombras que las esconden y las tormentas que les caen y  las marcan. Todas, todas, viven su tiempo de existir, lo gozan, se expanden tanto como su naturaleza les permite, se abren a recibir los insectos que se alimentan de su néctar, que hacen posible su reproducción y, cuando es su momento, empiezan a marchitarse, se desprenden de sus pétalos y finalizando el proceso, mueren y retornan a  la  tierra.

Mientras las miro y continuo paseando me viene el pensamiento que las flores son como las personas, o que las personas somos como las flores, sencillas y complejas a la vez, algunas volcadas a expresarse hacia fuera con toda la fanfarria ,  y otras más direccionadas hacia dentro buscando la profundidad… Algunas tímidas y asustadizas, otras decididas y sin miedo;  algunas  silenciosas y humildes, otras gritonas y arrogantes; algunas plantando cara a la vida desde la resistencia a aceptar lo que ya es, y otras aceptando, abrazando la vida que es.

Unas preciosas por fuera y  otras preciosas por dentro, algunas creciendo con muchas más dificultades que las otras dependiendo del lugar donde han nacido y donde se desarrolla su vida… O un poco de todo a la vez.

Todos, todos, vivimos en la misma  madre Tierra que nos acoge y nos sostiene,  respiramos el mismo  aire, recibimos la misma lluvia, el  mismo sol, las horas de sombra que nos esconden y nos reclaman conocer la luz, las tormentas que nos caen encima y también nos  marcan… Todos, todos, vivimos nuestro tiempo de existir aquí, de gozar,  de expandirnos tanto como nuestra propia naturaleza y voluntad nos permite, vivimos nuestro tiempo de abrirnos a todos los factores externos que nos rodean y nos permiten crecer, reproducirnos y crear…  cuando es el momento preciso nuestro cuerpo empieza a  marchitarse y en algún momento de este proceso, más tarde o más temprano, nuestro cuerpo morirá y volverá, una parte a la tierra, la otra parte más allá, a un nuevo plano de existencia.

Las flores son felices siendo lo que son y no pretenden ser nada más que lo que son, también los animales, solamente los humanos, entre todas las especies que viven en la Tierra, no estamos contentos con quien somos. Las personas pensamos y, por tanto, razonamos, separándonos de la vida que es, la que llega cada día, y pasamos gran parte de la vida que tenemos en las manos, pensándola, en lugar de vivirla. 

Pensamos en cómo la queremos, como podemos controlarla para que responda a nuestras expectativas y deseos, pensamos en cómo evitar los riesgos para que no afecten la trayectoria que nos hemos marcado, pensamos en la felicidad que tendremos cuando la vida nos de aquello que soñamos, y nos lanzamos a proyectar un futuro imaginado que nunca llega, pero, a cambio, nos olvidamos de vivir el presente. 

Nos creemos mucho más inteligentes que las flores y los animales, y seguro que lo somos, pero, sin duda, las flores y los animales son mucho más sabios para vivir la vida, mucho más sabios que nosotros.

Quizá tendríamos que aprender de los otros seres vivos.

Maria Dolors Beltran Boixadera

mamasocaqui.com

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