EL HOMBRE DE MIS SUEÑOS

Después de un día agotador me dejé caer en el sofá y cerré los ojos.

Al instante me hallaba en un hermoso estanque lleno de vegetación y de animales.

Me desnudé y me metí en el agua. Nadé entre patos y cisnes.

Todo era tan bello, tan tranquilo… Cuando salí me tendí sobre el frescor del césped. Era finales de septiembre y me quedé dormida sobre la hierba que bordeaba el estanque del bosque.

El hombre de mis sueños me despertó con suaves caricias, me atrajo hacía sus brazos y me besó. Me estremecí, sentí ardorosos deseos, susurré lo mucho que me gustaba. Deseando complacerlo, me llevé las yemas de sus dedos a mi boca. El extraño recorrió el contorno de mi boca con movimientos lentos, lánguidos.

Aquel roce tan cariñoso me excitó mucho más. La caricia que recibí a continuación solo hizo que la humedad me invadiera por entero. Deseoso de tenerme, curvó su cuerpo sobre el mío y llenó sus manos con mis pechos. Mi espalda se arqueó, mis nalgas se elevaron y él me penetró desde atrás.

Las embestidas de su miembro duro como el mármol me hicieron gritar de placer. Su voz se unió a la mía hasta que los gemidos de ambos se tornaron roncos, jadeantes.

Con la respiración agitada, terminamos abrazados el uno junto al otro.

– Estoy aquí únicamente para complacerte- me dijo.

Yo le sonreí.

– ¿Cómo te llamas? – pregunté

– ¿Qué haces aquí?

Él apartó un mechón de mi cara y me devolvió la sonrisa. ¡Dios mío, qué guapo era!

-Tu sueño se ha hecho realidad-respondió.

– ¿Qué?- me incorporé sorprendida.

-Me llamo Óscar, y sé que tú te llamas Ana.

Yo seguía bajo el influjo de la sorpresa, mientras él sonreía. Parecía pasarlo bien. Demasiado bien.

-Querías que este sueño nunca acabara- prosiguió hablando

-No querías despertar y así será. A partir de ahora viviremos aquí los dos juntos. Mis ojos se abrieron, acordes con mi boca.

Vivir con él, con Óscar. No podía creerlo, resultaba imposible de creer.

-A ver, espera, no entiendo nada-repliqué.

Óscar rió, antes de silenciar mi boca.

-Eres mía-susurró como única explicación

– Estoy aquí para complacerte, para hacerte feliz

– añadió sobre mis labios.

-Esto solo es un sueño- me negaba a aceptar la situación. Óscar lo negó con la cabeza. También añadió una pequeña mueca de fastidio.

– ¿No quieres estar conmigo? Yo no sabía si reír o llorar.

El tío estaba como un tren y se ofrecía para mí sola. Incluso parecía que iba a gimotear de un momento a otro como si fuese un niño.

-Claro que quiero estar contigo, pero sé que esto no es real.

¿Sabes distinguir entre realidad y ficción?

-Por supuesto que sí.

Tú eres real y yo también.

¡Madre de Dios, madre de Dios!, repitió mi pensamiento.

Estoy atrapada en mi propio sueño.

Pero mira, chica-me consolé a mí misma-peor hubiera sido caer en una pesadilla. Al fin y al cabo, Óscar era bien parecido y su cuerpo era de muñeco madelman gigante.

Fijo que pasaba del metro ochenta de altura. No le haría ascos al regalo.

Más que contenta, encerré su cara entre mis pequeñas manos y empecé a besarlo, aunque bien mirado, estaba para comérselo.

Óscar metió su lengua en mi boca y jugó con la mía. Sus manos poblaban mi cuerpo con suaves caricias. Estaba tan excitada, tan condenadamente excitada, que mis pezones parecían botones a punto de saltar del ojal. Me tumbó de espalda. De mi boca escaparon varios jadeos. Óscar interpuso su rodilla entre mis muslos para asegurarse de que no cerraría las piernas. Con solo rozarme comencé a temblar. El calor que sentía brotaba desde lo más profundo de mis entrañas. Todo ese placer me estaba volviendo loca.

-Mamá, mamá- me zarandea mi hijo- Tienes que acercarme al polideportivo, se hace tarde. Abrí los ojos y quise morirme.

– ¿Polideportivo? – me revolví a gritos sobre el sofá- No te has podido esperar unos minutos- reproché, descorazonada. Dios santo, en ese momento estaba fuera de mí.

Estaba mucho más que descorazonada. Únicamente tenía ganas de cortarme las venas. Fuera de eso, achiqué los ojos y miré a mi hijo con cara de asesina. -Llegaré tarde y será por tu culpa-me reprochó él- Tienes que acercarme al polideportivo.

¿Pero qué diablos te pasa?

– ¿Que qué me pasa? -repetí al borde de la histeria-

¡Nada, no me pasa nada! -proseguí con los gritos. Me levanté del sofá con un humor de perros. No, mi humor era mucho peor que el de cualquier perro. – ¡Estaba en el séptimo cielo y tú me has bajado de golpe!

– ¿Se puede saber que son esos gritos? El que faltaba para la feria. Mi marido entró del jardín, arremangado de camisa. Por las manchas de grasa en la ropa, imaginé que estaba reparando la vespa.

¡Dios bendito!

¿Por qué me fijaba en esas cosas?

– ¿Qué le has hecho a tu madre? -increpa a mi hijo, dando por hecho, que la culpa era del todo suya. Aquello me cabreó mucho más. Le estaba regañando al chico, sin motivo alguno. Qué poco me conocía mi marido y qué poco se parecía a Óscar. Mientras tanto, mi pobre hijo resoplaba con los ojos en blancos.

Estáis todos locos- se defendió-Solo desperté a mamá para que me acercara al polideportivo.

Yo escondí la cara entre mis manos y me eché a llorar. El desconsuelo me consumía. Lloraba por Óscar, lloraba por mi hijo, lloraba porque estaba cerca de cumplir años y mi moral rodaba muy por debajo del suelo. La crisis de los cuarenta era la culpable.

¿Por qué todo el mundo parecía estar en mi contra? Fuera lo que fuese, las circunstancias se habían aliado para romperme el alma. -Deja a tu madre dormir-habló el motorista calvo- yo te acercaré a ese dichoso partido.

Padre e hijo salieron, la casa quedó sumergida en el más absoluto de los silencios. Yo suspiré más calmada. Me recosté de nuevo sobre el mullido cojín, añado que sin suerte alguna: vuelta a la izquierda, a la derecha, otra vez a la izquierda… incluso probé con los pies en alto. No había nada que hacer, nunca regresé al estanque.

Jamás recuperé el cuerpo de Óscar.

Efectos Personales.

Lola Gutiérrez.

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