EN EL NOMBRE DE LA VULNERABILIDAD

La vulnerabilidad es una cualidad inherente al ser humano. 

Por más fuertes que nos mostremos ante el prójimo, ante situaciones que nos acontecen, siempre hay una parcela de nuestras vidas o un momento del camino donde nos vivimos como seres débiles. Reconocernos en esa vulnerabilidad no nos hace sentirnos más pequeños ante el otro, sino que nos engrandece como seres humanos ante los demás y ante uno mismo. 

Abrazarla como parte que nos integra nos ayuda a sentirnos en paz y armonía con nosotros mismos. 

Así describía hace unos días el concepto de vulnerabilidad para un amigo psicólogo.

“Si nos caemos, nos levantamos” 

“Así nos han enseñado que hemos de ser en la vida: fuertes” 

Son tantos los mandatos que recibimos de niños de nuestros progenitores y de la propia sociedad, que a nadie se le ocurre que los tenemos interiorizados. 

Al ser inconscientes, ni los percibimos, porque forman parte de nosotros y nuestra manera de comportarnos hoy. 

Solo llevándolos al nivel de la conciencia podemos ver qué mensajes se escondían tras esas frases, y cómo de funcionales o disfuncionales son para nuestra cotidianidad hoy. 

Desde el Análisis transaccional, se habla, por ejemplo, del 

“sé fuerte”, 

“sé perfecto”, 

“no sientas”, 

entre muchos otros. 

Hoy nos encontramos ADULTOS, que siguen viviendo y “cumpliendo” esos mandatos de papá y mamá. No se pueden permitir fallar en sus trabajos, tienen un nivel de frustración muy bajo, y tampoco se permiten ni un error en su vida porque si no, no se sienten suficientemente válidos. 

Su afán de perfección va, en ocasiones, más allá de los actos, pues un fracaso lo asocian a su persona y no a la conducta en cuestión. 

Los hay que no conectan con sus propias emociones, ni con las sensaciones de su cuerpo, están totalmente aislados de lo que sucede del cuello para abajo. 

Viven exclusivamente en sus cabezas, a un nivel muy cognitiva que les aleja de su verdadera ESENCIA. Muchos utilizan las racionalizaciones como mecanismos de defensa para darle un tinte de cognitividad hasta a lo más emocional. 

TODOS podemos darnos el permiso para llorar, para sentirnos imperfectos, para caer después de haberlo intentado, para ser débiles y mostrarnos como tal, para sentirnos vulnerables como personas que somos. 

Es verdad que la vida nos pone ante situaciones difíciles que hemos de superar para seguir caminando, pues en la vida siempre se pierde, es un contínuum de pequeños duelos desde el momento que nacemos. Pero también tenemos la dicha de ir ganando y no por mostrarnos vulnerables, dejamos de ser buenas personas, más bien nos hace ser más humanos. 

Que no nos avergüence entonces reconocernos en nuestros miedos. 

Integrar todo lo que somos nos hace ser más completos y vivirnos y expresarnos en una dimensión real del ser HUMANO. 

Pero; ¿qué sucede cuando hablamos de relaciones interpersonales? ¿

¿Cómo se conjugan mis vulnerabilidades con las del otro? 

¿Mi debilidad le hace bien al otro? 

¿Es compatible la mía con la suya? 

¿Dónde comienza mi vulnerabilidad y dónde la suya? 

¿Vale todo en el nombre de la vulnerabilidad? 

Estas preguntas me vinieron a la cabeza estos días… 

Mi debilidad al interactuar con otro se muestra, hace alarde de poderío y sale a escena. 

Mi debilidad en cuestión va directamente en contra del bienestar de la otra persona o puede quizá llegar a dañarla. 

¿Cómo actúo en ese caso? 

¿Abrazo igualmente mi vulnerabilidad y le digo al otro que no he sabido gestionarlo de otra forma? 

¿Me disculpo por mi actuación y trato de enmendarlo para el próximo contacto? 

¿Soy entonces responsable afectivamente hablando?… 

Imagino que todo pasa por aceptarse uno a sí mismo, con sus virtudes y sus defectos. 

Conocerse y reconocerse en el otro. 

Ser fiel a uno mismo y ser honesto con el otro. 

Mostrar todas las facetas y aristas que nos conforman, sin ocultar las caras más sombrías. 

Vivirse tanto en las fortalezas como en las debilidades y trabajar en lo que a uno le lleve a sentirse mejor consigo mismo, como yo acostumbro a decir; a versionarse de la mejor manera posible. 

Y esa mejor forma, la sabe uno. 

A partir de ahí el encuentro con el otro es siempre más sincero. 

Aún apareciendo nuestros fantasmas seremos más capaces de manejar nuestras propias incongruencias y las incongruencias del otro, y por supuesto las contradicciones que nos generan nuestros respectivos EGOS. 

Y quizá algún día seamos capaces de aparcarlos. 

En definitiva, prescindir de nuestra mente dualista que nos atormenta en luchas estúpidas que no acaban por discernir nada. 

La responsabilidad para con nosotros mismos y para con los demás nos debería conducir a ser SERES VULNERABLES RESPONSABLES, donde mi bien y mi vulnerabilidad se entrelazan con el bien y la vulnerabilidad del otro. 

Así pues, no debería ser una lucha de debilidades opuestas, sino más bien una danza. 

O así quiero verlo. 

¡O como dice mi buen amigo, la respuesta siempre es… allí donde el corazón mande! 

FIN

Facebook
Twitter
LinkedIn

Deja un comentario