Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.

HABLEMOS DEL MISTERIO DE LA VIDA Y DE LA MUERTE

Hace 10 años que mi hijo Ernest, con su partida de este mundo terrenal, nos condujo a enfrentarnos al misterio de la muerte, este gran y temido tabú que nos negamos a mirar, del que no queremos hablar, que intentamos ignorar y ni mucho menos queremos aceptar cuando, en realidad, es lo más seguro que tenemos cuando venimos: que tal como hemos llegado nos vamos a marchar. 

¡Los 14 años que vivimos con Ernest fueron de tanta intensidad, de tanto amor y alegría, de tanta creación y afinidad! 

Él concentraba tanta magia en sí mismo, tanta facilidad para todo, un respeto tan innato por todos y todo, una manera de estar en el mundo feliz, haciendo todo lo que le gustaba, desplegando tantas posibilidades y habilidades innatas con un gusto y una facilidad sorprendentes… y todo era su juego, su manera de expresar todo lo que llevaba dentro y que fluía hacia fuera por el simple gusto de crear, de gozar, de construir, de aprender. 

Nunca tuvo dificultades en la escuela, era afectuoso, simpático, inteligente, muy amigo de sus amigos, siempre a punto para ayudar y para jugar con ellos/as. 

El piano, los caballos, los libros, la magia formaban parte de su vida: 

“No la magia de los trucos, sino la magia de verdad, mama” 

—me decía— “La que no se puede ver”. 

Su amor por nosotros era inmenso. 

Siempre sentimos que nos enseñaba con su manera de ser, con su nobleza, con su seguridad y su amor. 

Los profesores nos decían: “Dadnos la receta para tener un hijo así”, y nosotros solo podíamos decir que él era así, nosotros no habíamos tenido que hacer nada, todo en él era fácil, todo nos lo ponía fácil. 

Fueron 14 años de amor, de comunicación, de compartir tantas cosas que nos gustaban, de hablar, de imaginar juntos, de gozar juntos, de enseñarnos a creer en él, en sus decisiones, en el momento que las sentía, en todo lo que decía. 

Yo siempre había sentido que un amor, por corto que fuera, si había sido de verdad, podía llenar toda una vida. Y ahora os puedo decir que es cierto, porque el amor de Ernest llena y llenará toda mi vida hasta que me vuelva a reunir con él. 

Su paso por este plano físico ha sido un canto a la vida, intensamente vivida. 

Él, viniendo y marchando, no solo se ha transformado a sí mismo, sino que ha transformado también nuestra manera de ver y, sobre todo, de vivir la vida. Porque solo se puede vivir y amar la vida sin tener miedo a la muerte. 

Porque solo puedes vivir la muerte si has amado la vida. 

Vida y muerte van de la mano. 

Nacer y morir es la misma vida de ida y de vuelta. 

No hay rotura, no hay separación. 

Solo hay evolución continua y eterna hacia el amor. 

Hemos de aceptar el misterio que la muerte conlleva, igual que hemos de aceptar el misterio de la vida… 

¿Acaso no es la llegada a la vida un misterio? 

Cuando estábamos buscando tener un hijo, un día uno de los muchos médicos que conocí me dijo: “Hay un momento en el que no podemos controlar lo que pasa, antes del momento en el que un embrión se implanta en el útero y empieza a desarrollarse hay un vacío que ignoramos y que no sabemos por qué unos lo logran y otros no” … 

¿De dónde venimos? 

¿Dónde estábamos? 

¿Qué éramos?… 

Es un misterio que está ahí, pero que no nos importa, porque una vez que la vida llega, la alegría es la dueña de la experiencia, no nos preguntamos nada más porque vemos el proceso normal, porque es lo esperado, lo deseado, llega la vida y con esto ya tenemos suficiente. Pero el misterio de la muerte no tan solo no lo queremos ver, sino que ni tan solo nos planteamos que hay algo por ver. Rechazamos la muerte, la tememos, no entendemos el proceso, no contemplamos la trascendencia, lo vemos como un fracaso, como una desgracia, como un final, culpamos a Dios, los médicos, la situación, a nosotros mismos, cualquier circunstancia es válida para no aceptar que todos tenemos un día para venir y un día para regresar, y que morir, como dice el Dr. Enric Benito, es la consecuencia de haber nacido. 

Pero, como toda experiencia, morir conlleva un gran aprendizaje para los que quedamos aquí, sobre todo cuando quien muere es un hijo, o una persona joven, o alguien que no “debería” haber muerto según nuestras expectativas y creencias, Solo cuando esta situación tan temida se convierte en tu propia experiencia, cuando ya no puedes girar la cabeza y continuar tu vida como si no hubiera pasado nada, entonces es cuando la experiencia te envuelve y te sumerge y es en ella misma donde puede surgir también, en algún momento, la luz. 

De esta luz, de esta experiencia de amor indescriptible, es de lo que hablaré en el próximo artículo. 

Una experiencia que siempre será la mía, la nuestra, y que no pretende nada más que esto: ser compartida y abrazada por quién le llegue al alma. 

Maria Dolors Beltran Boixadera

Facebook
Twitter
LinkedIn

Deja un comentario