JUGUETES ERÓTICOS
¿Nos facilitan siempre la vida sexual?
No es que la Sex-shop hayan revolucionado el mercado de la juguetería sexual hoy, es que ya desde tiempos inmemorables se hacía uso de elementos que provocaban placer para el bienestar sexual de hombres y mujeres: ya en Grecia se hacía uso de dildos de diferentes materiales como madera, piedra, cuero… untados en aceite u otras substancias que hacían las delicias en la autoerótica femenina, así como de alimento en las relaciones sexuales.
Pero yo me pregunto, cuando éramos adolescentes, descubríamos nuestros cuerpos sin juguetes y llegábamos a éxtasis insospechados, solamente palpando, conociendo, reconociendo nuestros rincones, acariciando, sintiendo…. tocando con nuestras manos la esencia de nuestro placer.
Si la naturalidad que nos acompaña en ese proceso de curioso autodescubrimiento no hace uso de técnicas adicionales, ¿hasta qué punto es necesario aplicar artificios a lo que nació natural? ¿No será que la industria ha visto un filón importante aquí y pretende sustituir lo insustituible?
Sí, es cierto que entrar en una tienda sexual puede dar color a muchas parejas y personas, puede potenciar una sexualidad dormida, una llama apagada, una libido resquebrajada por el paso del tiempo, un tiempo no cultivado ni regado.
Siempre puede ofrecernos alternativas, ideas, modos nuevos, historias inimaginadas y otras soñadas.
Pero ¿dónde se guardan realmente los sueños? ¿En una tienda de juguetes?
Cada persona decide qué quiere hacer de su vida sexual. Esto está claro. No hay patrón ni libro que se tenga que seguir a rajatabla. Se trata de probar, experimentar, vivirse, sentirse, abrirse a aquello que no tiene fin, aquello que le conecta a uno con su ser, si visualiza juguetes, que los use.
Nada está prohibido, nos lo prohibimos nosotros mismos.
He escuchado hombres decir si son gays porque les encanta que les penetren analmente con un vibrador, otros que les encantaría jugar con plugs anales, no olvidemos que el punto P, o, dicho de otro modo, una de las mayores zonas erógenas masculinas es precisamente el área prostática.
¿Por qué autolimitar nuestro cuerpo a las partes tradicionalmente conocidas para el sexo?
Es una cuestión puramente cultural, y ser hijos de esta sociedad lleva a muchos hombres a esta culpabilidad sentida. Como si un cuerpo humano sintiente, tuviera zonas para una cosa y zonas para otra. ¡Quién me va a decir a mí que los pies no pueden ser fuente de placer!
Muchas personas que argumentan de modo similar no se dan cuenta de los condicionamientos a los que están sometidos, lo llevan tan interiorizado, que son incapaces de verlo. Incluso he llegado a oír comentarios, que denotan un asco por zonas del cuerpo, que no debieran ser partícipes de la sexualidad.
¿Habrá algo más aberrante que este tipo de comentarios?
Soy una aférrima defensora de escucharse. Si mi cuerpo pide algo, ¿le voy a decir que no, porque alguien dijo una vez que eso es contranatura? ¿No será contranatura ir contra los deseos que me nacen y alimentarían mi existencia?
ESO sería lo que DEBERÍA ESTAR PROHIBIDO.
Es sintomático y a la vez me resulta lamentable escuchar y leer historias de chicos que se abren a explicarme cómo han sentido su sexualidad a lo largo de los años y se han llegado a preguntar si son raros o tienen una patología de base, por no entrar en los parámetros estúpidos de normalidad.
¡Qué daño han hecho religiones, médicos, psiquiatras, teorías y demás bobadas defendidas con argumentos inconcebibles, en muchas ocasiones!
Volviendo a los juguetes, en psicoterapia sexual es mucha y diversa la casuística donde puede estar indicado el uso de juguetes sexuales de toda índole, incluso hablando de salud física: un suelo pélvico flojo tras el parto, un vaginismo crónico e incluso disfunciones de la erección del pene. Ya Freud hablaba de sus histéricas y los masajes para calmarlas, esa masturbación asistida para llegar al orgasmo que las desfogaba.
Yo me he encontrado en terapia varias vertientes: desde la persona que necesita alimento para avivar fantasías sexuales hasta las personas que enganchadas a un vibrador son incapaces de SENTIR placer al rozarse con sus propias manos.
La capacidad humana de fantasear e imaginar es indiscutible, sin necesariamente hacer uso de aparatos, que sí es cierto que nos pueden facilitar la tarea, pero a la larga he visto que pueden llegar a causar una “dependencia” e insensibilidad a lo que realmente nació natural.
Yo diría SÍ a la juguetería sexual cuando enriquece, aporta, suma, eleva, aviva, ayuda, acompaña, complementa… No cuando sustituye, resta y desplaza.
¡Ustedes escúchense y actúen en consecuencia! ¡Será lo más auténtico que puedan hacer!