PLAYA DE PONIENTE

El hundimiento del Sirio, Cabo de Palos, Cartagena.

El hundimiento del transatlántico italiano llamado El Sirio, ocurrido frente a la costa de Cabo de Palos en 1906, constituye un hecho tan dramático como desconocido y olvidado.

El suceso movilizó a los lugareños de la zona, los cuales se volcaron en cuerpo y alma en rescatar y ofrecer su auxilio a los supervivientes.

Este espontáneo salvamento se tiene por el más importante rescate realizado por civiles en la historia de la navegación marítima española.

El Sirio, vapor italiano, cubría la ruta desde Italia hasta América. Además de su pasaje legal, recogía clandestinamente a un sinnúmero de personas a lo largo de toda la costa. Y es que un simple hueco en las bodegas del Sirio te llevaba directamente al «Nuevo Mundo».

América era la tierra prometida, y El Sirio, la varita mágica anhelada por tantos campesinos analfabetos que malvivían con las escasas cosechas de sus tierras. Los «ganchos» pagados por las navieras les ofertaban viajes ilegales, prometiéndoles grandes fortunas, asegurándoles que siempre podrían regresar a su país, a sus pueblos, años después, convertidos en ricos y envidiados ciudadanos.

Pero la realidad era bien distinta: todos los emigrantes que llegaban al Nuevo Mundo eran mano de obra barata que los ricos hacendados americanos reclutaban para sus plantaciones.

La trama, la corrupción, partía ya desde la misma Génova, pues el propio capitán Piccone se embolsaba cien pesetas de la época por cada ilegal que subía a bordo de su barco.

Cuando el casco de El Sirio chocó con el bajo de la Hormiga, frente a las costas de Cartagena, frenó en seco. Anunció la tragedia un ruido inmenso que pudo oírse desde el cercano poblado de pescadores y veraneantes de Cabo de Palos. Por causas que hoy día aún se desconocen, El Sirio se había desviado de la ruta habitual y estuvo navegando demasiado próximo a los islotes conocidos como las «Islas Hormigas».

Tras la colisión, las planchas metálicas del fondo del casco se abrieron, y por las grietas entraron enormes trombas de agua. El impacto fue tremendo, e hizo que la mayor parte del pasaje perdiera el equilibrio y cayese sobre la cubierta. Todo el mundo gritaba y corría sin saber qué hacer.

El barco estaba ladeado, un tercio del buque se encontraba totalmente sumergido, lo cual dificultaba arriar los botes salvavidas. Los toldos que protegían del sol cayeron a plomo sobre las personas, ahogándolos al instante.

En ese momento comenzó por toda la cubierta de El Sirio una espeluznante lucha por la supervivencia.

 Nadie sabía cómo actuar, nadie organizaba la evacuación… ¿Dónde se encontraba la tripulación? Los supervivientes contemplaron con horror cómo muchas de sus blancas prendas iban apareciendo diseminadas, abandonadas sobre cubierta. De esa forma tan cobarde, la tripulación se había ido desprendiendo de sus uniformes y de toda responsabilidad para con los pasajeros.

El capitán, Giuseppe Piccone, junto a sus hombres, abandonó el barco dejando a su suerte todas las vidas que iban en el trasatlántico. El caos se apoderó de la nave, la gente se abría paso a punta de pistola. Otros muchos empuñaban navajas, en medio del miedo y la desesperación. Las mujeres llevaban vestidos muy pesados, por lo que si caían al agua, era seguro que perecerían ahogadas.

Hubo viajeros que se negaban a saltar del barco por no abandonar sus pertenencias y recibían un disparo; otros, un navajazo con el único fin de ser despojados de alguno de los pocos flotadores que existían; niños que con su llanto buscaban a sus padres y padres desesperados que buscaban a sus hijos; caos, gritos, locura, robos de documentos e identidades intercambiadas.

Nunca se sabrá la cifra exacta de fallecidos en El Sirio, aunque sí se conoce que el barco doblaba la cifra de pasajeros respecto de los reflejados en la lista de embarque. Harían falta miles de artículos como este para contar todo lo vivido ese 4 de agosto de 1906 frente a la costa de Cabo de Palos, un trágico día en el que los pescadores fueron los verdaderos héroes, un puñado de hombres valientes que no dudaron ni un momento en arriesgar sus propias vidas por salvar a tantos náufragos de una muerte segura.

La playa de Poniente se llenó aquel día de cadáveres y también de supervivientes; toda una gran tragedia que inundó de tristeza al pequeño pueblo pesquero de Cabo de Palos. Lola Gutiérrez, autora de la novela, «Playa de Poniente».

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