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PORCIONES DE MENTIRA, PARA CREAR UNA VERDAD

Llevamos años en que el cine latinoamericano se atreve a denunciar, a través de guiones potentes e interpretaciones extraordinarias, su pasado más reciente en su religión, política e historia.

Películas como la chilena “El Club” de Pablo Larraín en el 2015, la mexicana “Nuevo orden” de Michel Franco en el 2020 o la reciente “Argentina 1985” dan buena fe de denuncia política y social en países que en su época sufrieron las dictaduras militares y religiosas.

Esta semana llega a nuestros cines la película de coproducción entre Chile, México, Luxemburgo y Francia, titulada “Blanquita”; escrita y dirigida por Fernando Guzzoni, que pasó por el pasado festival de cine de Venecia y que fue precandidata por Chile a los premios Oscar de la Academia del cine de Hollywood.

Basada en hechos reales, sin necesidad de dar los nombres auténticos del caso en sí, pero con una construcción con sucesiones de acontecimientos reales y fabricados, es suficiente para que la desazón invada al espectador.

Todo esto llevado por una espléndida Laura López, que da vida a Blanquita, una madre adolescente que tras malvivir en la calle, siendo víctima de abusos por parte de los poderosos, es acogida por un hogar religioso donde conocerá a un tutor (Alejandro Goic), que le animará a denunciar el caso, destapando el escándalo que involucra a niños, políticos y hombres ricos que participan en fiestas sexuales con menores.

El film, es un thriller moral sobre las autoridades, la manipulación, la vanidad o la explotación. Un largometraje amargo y turbio, pero muy convincente en sus 99 minutos de duración. Un drama socialmente relevante contada de manera huraña, para crear mayor conciencia en el espectador.

Cuando suceden abusos como los de Blanquita, miramos para otro lado, pensando que nos pasa a muchos kilómetros de distancia, pero lo que cuenta Blanquita, es lo que esconde la mayoría de los países del planeta.

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