¿Qué responsabilidades eliges?
La palabra responsabilidad no siempre tiene muy buena prensa. La hemos utilizado, y si me permitís la hemos “mal utilizado” tanto, que nuestros niños la han aborrecido.
“Responsabilidad” les evoca a algo aburrido, tedioso y desde luego, poco motivador.
Sin embargo, nada más lejos de la realidad.
Si hay una cosa que motiva a nuestros niños y niñas, me atrevería a decir de cualquier edad, incluyo también aquí a los adolescentes, es sentirse “responsables” de algo o de alguien.
Cuando alguien te da una responsabilidad te está dando su confianza. Y eso, para un niño o niña, es muy poderoso. “Si alguien confía tanto en mí que me hace responsable de algo importante para él es porque confía en mi capacidad de cuidarlo bien”. Como decíamos, muy potente. Y ahí nuestro niño asume el rol de “mayor” y cuida de ese algo con todo su esmero, con toda su atención y con toda su entrega.
Y entonces ¿por qué no siempre sale bien? ¿por qué no quieren responsabilidades? pues como muchas cosas en esta vida: porque no se lo presentamos de la forma correcta, de forma atractiva.
Veamos estos dos ejemplos en casa de Jaime, un niño de 3 años que empieza a vestirse solo.
Situación 1:“¡Jaime ponte el pantalón de una vez ! ¡Ya es la quinta vez que te lo digo! Vestirte solo es tu responsabilidad, ya lo sabes.”
Situación 2: “Ven Jaime quiero decirte algo. Sé que lo hemos hablado alguna vez pero creo que está bien que revisemos los acuerdos que tenemos.- Jaime se acerca – Verás, yo creo que tú ya eres mayor para ponerte solo el pantalón pero si no te ves capaz puedes pedirme ayuda. Mamá te ayudará con todo aquello que no sepas hacer. ¿Prefieres intentarlo tú o quieres mi ayuda?”
Ahí estamos dando responsabilidades desde la confianza y no desde la orden.
Quizá ese día Jaime esté cansado y pida la ayuda de su mamá pero muy probablemente la próxima vez que se repita la situación y su madre le recuerde de nuevo el acuerdo al que llegaron (sí, esto de ser padres va de repetir unas cuantas veces las mismas cosas; así que ya que hagámoslo desde el cariño) estoy segura que será el propio Jaime el que dirá “no, mamá, quiero hacerlo yo solo. Ya soy mayor”. Y ahí reside la magia. Hay que aprovechar ese “ya soy mayor” (y que vale para todas las edades) a nuestro favor. Hagámosles saber que no solo hemos notado que efectivamente ya es mayor sino que además confiamos en él para que lleve a cabo una tarea él solo.
Hagámosles mayores de verdad.
De eso va la responsabilidad. De brindarles oportunidades para que se demuestren que son capaces. Y entonces, cuando lo haga, muéstrale tu orgullo. No hay nada más poderoso para un niño que la aprobación y el orgullo de sus padres.
Eso sí, no les agobiemos con demasiadas responsabilidades. Elige, en un acuerdo previo con tu hijo, qué responsabilidades te gustaría que asumiera porque ya le ves capaz y confías en él. Pero no te olvides de contar con su opinión. En esos acuerdos preestablecidos se sustentan las bases sólidas de las relaciones sanas.