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¡Qué doloroso fue despertar de aquel paraíso!

Donde él sí que me cuidó y me quiso.

Donde no necesitaba matarme para darle un aviso.

De que me perdería en algún momento preciso.

Me llevó hasta el fondo y no me podía quedar, pero las rocas eran tan bonitas.

Que convertí los maltratos y las humillaciones en público en estrellas.

Pausé esa época de mi vida y nunca más volví a pensar en ellas.

Aunque me esforcé por matar todas las escenas, siempre quedan secuelas.

Amanecieron realidades como la de que no me merece.

Su mentira, cada vez con más crueldad, envejece.

Y gracias a crecer con madurez e inteligencia, fallece.

Ya no es necesario que para ganar su aprobación rece.

Busco aquel hombre al que necesitaba cada vez que anochece.

Para volver a soñarlo, estoy despierta y su cariño no me pertenece.

Me duele, lo entrega a otros y a una mujer que no le favorece.

Ese detallado cuadro que pinté con orgullo, con prisa, desaparece.

Espera, he reflexionado y, ¿será que verme ya no le apetece?

Lo cierto es que me llama una vez cada mes, así que eso parece.

La inocencia de aquella niña que creía en él, se entristece.

Mientras su autenticidad, en la bruma del sueño, perece.

Me di cuenta de que nada fue real, solo una ilusión y confié en que trataría de un trance.

Nunca pensé que esa realidad me acompañaría en el camino para siempre.

Fui descubriendo y descubriendo, resultó ser él el asesino de mi gato en septiembre.

Me enteré de que él había sido el creador de mis pesadillas aquel noviembre.

Y que no era suya aquella voz que seguía cuando me perdía en diciembre.

Me negué, completamente, a aceptar que había sido capaz de a su hija abandonar.

Durante muchos años una persona admirable se había convertido en una estrella fugaz.

Una de las que nunca se queda, de las que siempre, pase lo que pase, se va.

Saber en quién era ese que se había hecho llamar salvador se convirtió en un enigma.

Lo prefería a él en mi mundo de fantasía, toda la euforia murió convirtiéndose en furia.

Eso no fue lo peor, sino decirle “Mírame”. Y ver una mirada muerta y vacía.

Tenía que admitir que, de estar en mi vida, su persona, no era digna.

Porque en mi infantil visión con doce años la vi diciéndome que me quería.

Pero, ¿con esa edad de la persona que admira y confía quién no se fía?

Mi dulce niña interior seguirá buscando la salida.

De este paraíso destruido organizará una despedida.

Y bailará sobre aquella mágica llama encendida.

Hasta encontrar aquel que la hacía sentir querida.

¡Qué doloroso fue despertar de aquel paraíso!

Donde sus brazos eran refugio, un hechizo.

Su mirada prometía que no se iría sin aviso.

Y el alba me dejó sola al primer imprevisto.

Alina.

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