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SOMOS PERFECTOS

Hace unos meses, asistí a una charla de Daniel Gabarró, y una de las preguntas que me impactaron más fue:

¿Cuándo dejamos de ser perfectos?

Cuando vemos un recién nacido nos maravillamos de su perfección, por cualquier lado que lo miremos es perfecto, no podemos dejar de sentirlo y de manifestarlo. Su perfección va más allá de la belleza y de cualquier otra evaluación, es una llamada directa al corazón, un recuerdo del amor más puro, es una chispa brillante que lo puede ser absolutamente todo… Y, al mismo tiempo, es un ser totalmente dependiente, ineficaz, necesitado de alguien que lo cuide para poder sobrevivir y crecer, no puede comer solo, no sabe hablar, no sabe sentarse, ni mirar, ni caminar… Una criatura totalmente indefensa y, al mismo tiempo, maravillosamente perfecta, existencialmente perfecta.

Y me pregunto:

¿En qué momento dejó de serlo?

¿En qué momento esta criatura dejó de sentirse mirado como perfecto?

Todos nosotros nacimos también siendo perfectos sin tener que hacer ningún mérito para lograrlo. Éramos sencillamente esa luz perfecta, vibrante, con todas las posibilidades innatas para brillar y crecer.

¿En qué momento nos dimos cuenta de que si queríamos continuar siendo mirados con tanto amor debíamos cambiar alguna cosa?

¿En qué momento abandonamos la idea de perfección y nos consideramos imperfectos?

¿En qué momento pensamos que necesitábamos “ser mejores” si queríamos continuar sintiéndonos amados y valorados?

Y es que en el momento que el juicio de la sociedad nos miró con sus ojos utilitarios, aquella luz tan luminosa comenzó a inquietar y comenzó a ser atenuada con pedazos de tela, de velos, de creencias, de pensamientos limitadores, de palabras secas, de miradas severas, de prisa mal disimulada, de un enojo incipiente… La luz, por preciosa que fuera, tenía que ser debidamente canalizada para adaptarse a lo que tenía que ser, a lo que se esperaba que fuera.

Y empezó la domesticación, la que cada generación tenía el deber de preservar y alimentar en sus hijos e hijas para poder ser integrados con éxito a su rueda. Y nosotros, como antes pasó con nuestros padres, como antes pasó con nuestros abuelos y así anteriormente, fuimos aprendiendo de este sistema y nos fuimos alejando de quien éramos realmente y de nuestras propias herramientas, adoptando a cambio las herramientas y los conocimientos necesarios para ser aceptados y queridos en la sociedad que vivimos e intentando desde entonces ser la persona que es preciso ser, la que se supone que se debe ser.

Pero aquella luz perfecta en la que hemos nacido no ha desaparecido, continua dentro de nosotros, en nuestro ser, bien escondida. Continúa latiendo, continua a punto para volver a iluminar, así que encuentre una rendija para salir.

Tenemos en nosotros toda la sabiduría de nuestra alma, llevamos en nosotros todas las herramientas que nos tienen que ayudar y guiar para vivir nuestra vida, aquello que nos hace feliz.

No la vida que nos han enseñado que podíamos soñar, no la que nuestras expectativas de ser alguien nos ha hecho crear, sino la real, la que nos llega cada día, la que nos alza y después nos tumba, la que hemos venido a vivir, la que nos permitirá conocer quien somos, cómo somos, qué nos hace vibrar y qué nos hace infelices.

Nuestra luz, la que hemos de recuperar para reconocernos y amarnos, la luz que siempre somos.

Esta Luz que continuamos reconociendo y contemplando en cada bebé que llega al mundo, que nos remueve el alma de arriba abajo, que nos abre el corazón, que nos deja sin respiración… Una luz, una inocencia, un ser único que intuimos que debemos preservar y acompañar; una perfección que debemos acoger y cuidar sin expectativas de cómo tiene que ser, sino aprendiendo de cómo es, de sus dones, de sus sentimientos, de sus gustos… con alegría, sin miedo, sin compararlo con nadie, dejando que sea nuestro maestro, porque este ser nos ha elegido para ser sus padres y porque tenemos una historia que hemos de vivir juntos y que siempre tiene un denominador común: AMOR.

Una historia que se podrá escribir de muchas maneras, en muchos idiomas, en muchas circunstancias; una historia de la que no sabemos ni la cualidad, ni la duración, ni el color, ni la forma, ni el gusto, ni el tacto. Una historia que ignoramos dónde nos llevará, pero sí que podemos decidir que sea el Amor quién nos guíe, el que nos revuelque cuando haga falta, el que nos vista con vestidos nuevos quizá nunca pensados ni imaginados, el que nos haga ir más allá de nuestros propios velos y creencias, de nuestros supuestos límites, el que nos sostenga cuando lo necesitemos.

Una historia que sea realmente NUESTRA historia, la que hemos venido a vivir, la que no cambiaríamos por ninguna otra por difícil que sea, porque el AMOR ha sido su guía desde el principio hasta la eternidad.

No nos hace falta ser perfectos para nadie. Ya lo somos, no lo hemos dejado de ser nunca. Solo precisamos mirarnos y reconocernos en nuestra propia luz, la que nos hace sentir bien, la que nos ilumina, la que nos enseña a amarnos y amar.

Maria Dolors Beltran Boixadera

mamaestoyaqui.com

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