Retrato de un mundo que fue
Dos películas lleva el director vasco David Pérez Sañudo, tras realizar una serie de cortometrajes que le dieron empaque para lanzarse en el año 2020 con su ópera prima (Ane) que le dio el espaldarazo definitivo en la industria.
Este viernes llega a los cines su adaptación de la novela de Txani Rodríguez titulada “Los últimos románticos” y que le da título también a la película.
Tras estrenarse en el pasado festival de cine de San Sebastián, donde consiguió el beneplácito de público y crítica, llega a nuestros cines este nuevo trabajo del joven director vasco, que ha conformado un universo reconocible y una autoría en el nuevo cine español, que esperemos que nos den buenas alegrías.
Como en Ane, escribe el guion junto a Marina Parés, que han centrado la historia en una mujer que no siempre se comunica bien, y que viaja hacía la deriva en un contexto hostil que crítica las perspectivas de clase y género.
La actriz Miren Gaztañaga es la que se pone en la piel de Irune, esa mujer insegura, que sustenta excelentemente los 102 minutos de películas. Metraje lleno de ternura, pero que a su vez es arriesgada, imaginativa, cálida y desesperanzada.
Los últimos románticos es una película sobre la ausencia, pero también es un retrato de aquel País Vasco que era uno de los motores de España con su cinturón industrial y que hoy ha desaparecido. Irune que trabaja en una fábrica de papel, ve como en esa localidad han ido desmantelando fábricas y como las protestas sindicales son el día a día.
Nuestra protagonista tiene relación solo con su vecina, y eso debido al confrontamiento que tiene con su problemático hijo. Pero también tiene una relación a distancia, que no sabemos si es fruto de su imaginación o real, con un operador de Renfe.
Su historia también nos acerca a como se puede derrumbar la vida de una persona cuando de repente puede aparecer una posible enfermedad.
Los secundarios realizan unas interpretaciones muy buenas, creíbles, a pesar de que algunos de ellos son grandes desconocidos para el gran público.
Otros puntos positivos de la película es la fotografía gris, de Víctor Benavides, que nos muestra el contexto vasco que nos remite a los años ochenta y noventa. La música de Beatriz López-Nogales es el vestido perfecto para esta maravillosa película.